Por Miguel A.
Matos
En la vida,
indudablemente, se presentan momentos difíciles en los que nos agobian los
problemas espirituales, económicos, de salud y morales que obnubilan nuestra
mente al no ver soluciones inmediatas. Ahora mismo, en este mundo, estamos
viviendo tiempos peligrosos, con una terrible inversión de valores donde a lo
bueno se le dice malo y a lo malo bueno, lo que intranquiliza a muchas
personas.
Estamos
enfocados en resolver algunos de esos problemas y cuando pasa el tiempo creemos
que no hay solución, que todo está perdido, tras poner todo nuestro empeño,
capacidad y habilidad sin ver una luz al final del túnel, ignorando la ayuda
divina.
Nos
desesperamos cuando vemos a un familiar, o a un amigo querido con una
enfermedad catastrófica, o que nuestro negocio, o cualquier medio de vida, está
al borde del colapso, o cuando perdemos el empleo, si sufrimos una traición o
la experiencia de un hijo pródigo que abandona su hogar, desconociendo su
destino.
A veces
olvidamos que lo último que se pierde para resolver los males que nos agobian
en nuestra vida en este mundo es la esperanza.
Pero debemos
recordar que como cristianos esperamos la ayuda de nuestro sabio y maravilloso
Dios en este planeta y la gloria eterna tras la muerte. La esperanza nos
permite tener paciencia en momentos adversos o de tribulación.
Sin embargo,
nuestro Señor y Salvador Jesucristo permite las pruebas en nuestras vidas
físicas y espiritual con el fin de que nuestra fe sea probada por fuego para
ser afinada como el oro. En ese momento creemos que todo está perdido, pero
ignoramos que Dios siempre tiene el control, un propósito y un futuro glorioso
en nuestra vida. Estamos seguros bajo la protección divina.
La Biblia
dice que “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las
tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se
traspasen los montes al corazón del mar”, (Salmos 46:1-2).
Debemos
entender que cuando ponemos nuestra confianza en Dios, sabemos
“que la
sabiduría es tal que su alma, si lo encuentra, habrá un futuro, y tu esperanza
no será cortada”, (Proverbios 24:14).
En Jeremías
29:11, Dios dice: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros,
dice Jehová, pensamientos de paz y no para mal, para daros un futuro y una esperanza”.
En Cristo
Jesús tenemos esperanza de vida eterna y salvación, como dice la Biblia en
Tito 1:1-2:
“Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, por el bien de la fe de los
escogidos de Dios y su conocimiento de la verdad, que conforme a la piedad, con
la esperanza de vida eterna, que Dios, que nunca miente, prometió desde el
comienzo de los siglos”. En Tito 3:7 dice: “Para que justificados por su
gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de vida eterna”.
Nuestra
esperanza no es cualquier cosa, es algo maravilloso como dice el apóstol Pedro
“bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo! De acuerdo con su
gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva por la
resurrección de Jesucristo de entre los muertos”, (1 Pedro 1:3).
Pablo les
señalaba a los hermanos de Roma a gloriarse en la esperanza de la gloria de
Dios. “A través de él también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en
la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
Más que eso, nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación
produce paciencia, y la paciencia, carácter, y el carácter probado, esperanza,
y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo, que nos ha dado”, (Romanos 5:2-5).
También les
recuerda a los creyentes que “en esperanza fuimos salvos. Ahora la esperanza
que se ve no es esperanza. ¿Quién espera lo que ve? Pero si esperamos lo que no
vemos, aguardamos con paciencia” (8:24-25), y les pedía a los hermanos
alegrarse “en la esperanza, pacientes en la tribulación, constantes en la
oración”, (Romanos 12:12).
Nosotros los
creyentes tenemos el maravilloso privilegio de testificar, de todo corazón, que
“es Cristo en nosotros, esperanza de gloria”, (Colosenses 1:27).
Así que mis
queridos hermanos cuando recibimos a Cristo como nuestro Señor y Salvador el
Espíritu Santo viene a morar en nosotros, recibiendo así su protección. Nunca
perderemos la esperanza de que iremos al lugar que él fue a preparar para
nosotros en el reino de los cielos, pese a las adversidades que atravesamos por
este mundo.
Nuestra
esperanza está garantizada en Cristo, al manifestar que “estas cosas os he
hablado para que para que en mi tengáis paz. En el mundo tendrá aflicción, pero
confiad, yo he venido al mundo”, (Juan 16:33).
Dios bendiga
a mis amigos lectores.
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