martes, 19 de noviembre de 2013

DEBERES FAMILIARES I

Ing. Juan Betances

Dios es padre por excelencia y nos mostró lo que es una paternidad verdadera, al enviar a su propio Hijo, Jesucristo, al mundo, para que el mundo conozca a Dios Padre, Y A SU ENVIADO, JESUCRISTO.

Esa es la paternidad que nos enseña a ser padres, la de Dios, que lo entregó todo por amor. ¿Cómo podemos adquirir esa paternidad que viene de Dios?

Ese tipo de paternidad solo podemos adquirirlo por la fe en Jesucristo, a través de la herencia del Padre dada a los hombres en la cruz.

Por la fe en Jesucristo, nos convertimos en hijos adoptivos de Dios y, por su mediación, adquirimos herencia, recibimos sus promesas, obtenemos privilegios y podemos disfrutar de los derechos de hijos de Dios, por quien recibimos una nueva ciudadanía al creerle y confesar su nombre, y venir a ser ciudadanos de su reino, del Rey Jesús.

Dios Padre envió a su hijo al mundo para transmitirnos esa herencia espiritual de ser hijos de Dios y convertirnos en hijos adoptivos; y nos dejó su Espíritu Santo, para que recibamos sus promesas.

Toda esta muestra de amor que sale del corazón del Padre, nos lo continúa mostrando hoy, pues nos envió y nos ha dejado su Espíritu, para que esté junto a nosotros en nuestro caminar en la tierra, todos los días, hasta el fin del mundo.

El ejemplo de Dios como Padre es para que imitemos su paternidad. Como herencia para los hijos, tenemos su Palabra, que nos da las normativas  sobre cómo hacer las cosas para disfrutar de su paternidad.

Por referencia, si aplicamos estas cualidades de la paternidad de Dios expuestas en su Palabra y las aplicamos hogar, tendremos consecuencias y efectos de esa aplicación a nuestras vidas.

En consecuencia, un padre verdadero se caracteriza por:
Crea las condiciones materiales, emocionales y espirituales en el hogar, para que sus integrantes puedan desarrollar todo su potencial, sus dones, capacidades y talentos. Al hombre corresponde ser líder del hogar, ser cabeza del matrimonio.

Es proveedor en todas las áreas que necesiten su esposa y sus hijos (material, emocional y físico). Por tanto, si el hombre es cabeza del hogar, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, no debe molestarse cuando se le requiera proveer en cualquier aspecto de la vida, y debe esforzarse para cumplir con ese rol de sustentador.

Debe ser nutridor emocional y espiritual del hogar. Crea las condiciones para que todos en la familia puedan desarrollarse. Por tanto, es responsable de enseñar, de guiar, de capacitar, entrenar y educar de manera responsable a los hijos.

Como sacerdote del hogar, debe ser el primero en adorar, orar, ofrendar y diezmar para dar ejemplo a su esposa e hijos.

Proporciona seguridad, protección, cuidado. Crea un ambiente adecuado para que los miembros se sientan seguros de sí mismos, puedan ser artífices de su propio destino, con temor reverente a Dios en todos sus caminos.

Es responsable de las finanzas y de planificar cómo serán ejecutados los gastos de un hogar. Como cabeza, debe disponer sobre el uso a dar a los recursos que entran en el hogar. Esta función no es para ejercerla separado de la mujer; debe ser realizada en unión común con su pareja, como complemento que es la mujer en el hogar.

Debe ocuparse de orientar a los hijos, de enfocarlos a su desarrollo personal, dirigirlos en su proceso de crecimiento. Este desarrollo debe abarcar todos los aspectos, natural, emocional y espiritual.

Finalmente, y lo más importante que señala la Biblia, debe amar a su mujer, como Cristo ama a su Iglesia. Col. 3:19 dice:” Maridos, amen a sus mujeres y no sean ásperos con ellas”.  Ef. 5:25 y 28 dice:” 
Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó a su Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella. (…) Así también los maridos, deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, se ama a sí mismo.” Amar significa preocuparse, sacrificarse, comprometerse, entregarse, estar dispuesto a renunciar a sus propios gustos y deseos, muriendo a su egoísmo, hasta al sueño, a tomar para sí, a la búsqueda de sí mismo. Hay que renunciar a nuestros placeres y deseos propios para darse al otro en amor. Quien no es capaz de morir a su egoísmo no puede exhibir amor. Quien se busca a sí mismo y no permite que los otros puedan disfrutar y disponer de todas las cosas en el hogar, no tiene verdadero amor. El amor verdadero lo entrega todo. Este es el tipo de amor sacrificial, el cual la Biblia llama amor “ágape”.  La agresividad, la violencia, el maltrato verbal o físico, cualquier trato desconsiderado, son muestras de egoísmo; jamás serán muestras de amor. Muchos hombres usan un supuesto amor como excusa para maltratar a su mujer, pero estos parámetros no caen en lo que es propio de un hogar cristiano.

A la mujer corresponde, conforme a la Biblia:
Ser complemento ideal del matrimonio en todas sus áreas. Participa activamente en el sostenimiento de la estabilidad del hogar, y hace que el hogar funcione y, mediante adecuada relación de pareja, la familia se mantenga firme y estable. Col. 3:18 dice:” Esposas, estén sometidas a sus maridos, como conviene en el Señor”. Someter significa dominar, sujetar. La mujer debe estar sujeta, bajo el liderazgo de su marido, para que la familia funcione. No pueden existir dos cabezas en el hogar. Dios estableció este orden: el hombre es el líder; fue creado primero y no debe abusar de este liderazgo para maltratar ni destruir a la mujer: debe amarla y respetarla siempre. Tal como dice en Ef. 5:22 dice:” Las casadas estén sometidas a sus propios maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la Iglesia está sometida a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo”.  Dice en todo, no cuando les convenga ni cuando quieran ni cuando le salga la voluntad. Por ejemplo, “porque se portó bien conmigo en el fin de semana”. No debe rebelarse de manera desproporcionada ni desordenada contra las disposiciones que haya establecido el hombre en el hogar ni debe ir en contra ni poner en tela de juicio su autoridad.

Es ayuda idónea. Es así como la Biblia define a la mujer. La mujer está destinada a cooperar en la educación de los hijos, aunque en la práctica llevan esta carga más que el hombre. Está llamada a ser esa influencia positiva en la educación de los hijos, a participar en la búsqueda de soluciones a los conflictos que puedan surgir dentro y fuera del hogar. El diálogo la buena comunicación es el instrumento que una mujer sabia usará para mantener la armonía en el hogar. La mujer debe ser un apoyo emocional al hombre. A la mujer corresponde  responsabilizarse  en dar atención a los detalles propio de la casa. La atención del hogar de manera primaria le corresponde a la mujer. Esto no quiere decir que el hombre no contribuya con el cuidado de la casa, pero esto debe verse como un complemento y no como una sustitución de la función que corresponde asumir a la mujer. Cuando la mujer trabaja fuera de la casa, no debe verlo tampoco como sustitución del rol del hombre, con derecho a disponer a su antojo del dinero que gana, si no como ayuda de la labor que corresponde al hombre. Ayuda significa que carga con el hombre todo el peso de la familia. Al decir ayuda significa que la carga la tiene el hombre principalmente, y la mujer entra como su complemento, en ese papel como soporte en la función del hombre como cabeza. Cuando Dios puso al hombre en el paraíso terrenal, luego de haber creado todo, excepto la mujer, Gn. 2:18 y 22 dice:” Y dijo el Señor Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. (…) Y de la costilla que el Señor Dios tomó del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre”.

La mujer debe respetar a su marido. Respetar significa darle a alguien el lugar que le pertenece, no tomar el lugar que le corresponde a otro. La mujer debe apoyar al hombre, trabajar unida junto a él. No contradecirlo en público, no avergonzarlo, no criticarlo ni juzgarlo ni compararlo negativamente. Respetar es honrar, hablar bien, valorar, admirar, dar importancia. El dialogo es elemento indispensable en la relación de ambos. No se trata de hacerlo un ídolo al hombre, sino considerarlo con el debido respeto, de manera orgullosa, tomarlo siempre en cuenta, distinguirlo siempre.

La mujer es una incubadora.  Reproduce todo lo que le damos;  concibe y reproduce en el vientre. La mujer es la que concibe por su propia naturaleza; puede hacerse una concepción en base a un vientre prestado, pero esto es antinatural. Por tanto, es la que alimenta materialmente a sus hijos, da cariño, cuidado, atención, por su propia naturaleza, para que sea natural. Esto la hace más sentimental, más emotiva. Por eso, la mujer es vaso frágil, más delicada, más atenta a los detalles que el hombre.


Debe animar, alentar a su pareja y rodearlo con oración e intercesión. Debe ser un impulso, una motivación al hombre para que continúe con su responsabilidad. La gente dice que donde hay un buen hombre detrás hay una gran mujer, y en la Biblia se menciona como mujer virtuosa, porque una buena esposa hace grande a su esposo.

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