Ing. Juan
Betances
Dios es padre
por excelencia y nos mostró lo que es una paternidad verdadera, al enviar a su
propio Hijo, Jesucristo, al mundo, para que el mundo conozca a Dios Padre, Y A
SU ENVIADO, JESUCRISTO.
Esa es la
paternidad que nos enseña a ser padres, la de Dios, que lo entregó todo por
amor. ¿Cómo podemos adquirir esa paternidad que viene de Dios?
Ese tipo de
paternidad solo podemos adquirirlo por la fe en Jesucristo, a través de la
herencia del Padre dada a los hombres en la cruz.
Por la fe en
Jesucristo, nos convertimos en hijos adoptivos de Dios y, por su mediación,
adquirimos herencia, recibimos sus promesas, obtenemos privilegios y podemos
disfrutar de los derechos de hijos de Dios, por quien recibimos una nueva
ciudadanía al creerle y confesar su nombre, y venir a ser ciudadanos de su
reino, del Rey Jesús.
Dios Padre
envió a su hijo al mundo para transmitirnos esa herencia espiritual de ser
hijos de Dios y convertirnos en hijos adoptivos; y nos dejó su Espíritu Santo,
para que recibamos sus promesas.
Toda esta
muestra de amor que sale del corazón del Padre, nos lo continúa mostrando hoy,
pues nos envió y nos ha dejado su Espíritu, para que esté junto a nosotros en
nuestro caminar en la tierra, todos los días, hasta el fin del mundo.
El ejemplo de
Dios como Padre es para que imitemos su paternidad. Como herencia para los
hijos, tenemos su Palabra, que nos da las normativas sobre cómo hacer las cosas para disfrutar de
su paternidad.
Por
referencia, si aplicamos estas cualidades de la paternidad de Dios expuestas en
su Palabra y las aplicamos hogar, tendremos consecuencias y efectos de esa
aplicación a nuestras vidas.
En
consecuencia, un padre verdadero se caracteriza por:
Crea las
condiciones materiales, emocionales y espirituales en el hogar, para que sus
integrantes puedan desarrollar todo su potencial, sus dones, capacidades y
talentos. Al hombre corresponde ser líder del hogar, ser cabeza del matrimonio.
Es proveedor
en todas las áreas que necesiten su esposa y sus hijos (material, emocional y
físico). Por tanto, si el hombre es cabeza del hogar, así como Cristo es cabeza
de la Iglesia, no debe molestarse cuando se le requiera proveer en cualquier
aspecto de la vida, y debe esforzarse para cumplir con ese rol de sustentador.
Debe ser
nutridor emocional y espiritual del hogar. Crea las condiciones para que todos
en la familia puedan desarrollarse. Por tanto, es responsable de enseñar, de
guiar, de capacitar, entrenar y educar de manera responsable a los hijos.
Como
sacerdote del hogar, debe ser el primero en adorar, orar, ofrendar y diezmar
para dar ejemplo a su esposa e hijos.
Proporciona
seguridad, protección, cuidado. Crea un ambiente adecuado para que los miembros
se sientan seguros de sí mismos, puedan ser artífices de su propio destino, con
temor reverente a Dios en todos sus caminos.
Es
responsable de las finanzas y de planificar cómo serán ejecutados los gastos de
un hogar. Como cabeza, debe disponer sobre el uso a dar a los recursos que
entran en el hogar. Esta función no es para ejercerla separado de la mujer;
debe ser realizada en unión común con su pareja, como complemento que es la
mujer en el hogar.
Debe ocuparse
de orientar a los hijos, de enfocarlos a su desarrollo personal, dirigirlos en
su proceso de crecimiento. Este desarrollo debe abarcar todos los aspectos,
natural, emocional y espiritual.
Finalmente, y
lo más importante que señala la Biblia, debe amar a su mujer, como Cristo ama a
su Iglesia. Col. 3:19 dice:” Maridos, amen a sus mujeres y no sean ásperos con
ellas”. Ef. 5:25 y 28 dice:”
Maridos,
amen a sus mujeres como Cristo amó a su Iglesia, y se entregó a sí mismo por
ella. (…) Así también los maridos, deben amar a sus mujeres como a sus mismos
cuerpos. El que ama a su mujer, se ama a sí mismo.” Amar significa preocuparse,
sacrificarse, comprometerse, entregarse, estar dispuesto a renunciar a sus
propios gustos y deseos, muriendo a su egoísmo, hasta al sueño, a tomar para
sí, a la búsqueda de sí mismo. Hay que renunciar a nuestros placeres y deseos
propios para darse al otro en amor. Quien no es capaz de morir a su egoísmo no
puede exhibir amor. Quien se busca a sí mismo y no permite que los otros puedan
disfrutar y disponer de todas las cosas en el hogar, no tiene verdadero amor.
El amor verdadero lo entrega todo. Este es el tipo de amor sacrificial, el cual
la Biblia llama amor “ágape”. La
agresividad, la violencia, el maltrato verbal o físico, cualquier trato
desconsiderado, son muestras de egoísmo; jamás serán muestras de amor. Muchos
hombres usan un supuesto amor como excusa para maltratar a su mujer, pero estos
parámetros no caen en lo que es propio de un hogar cristiano.
A la mujer
corresponde, conforme a la Biblia:
Ser
complemento ideal del matrimonio en todas sus áreas. Participa activamente en
el sostenimiento de la estabilidad del hogar, y hace que el hogar funcione y,
mediante adecuada relación de pareja, la familia se mantenga firme y estable.
Col. 3:18 dice:” Esposas, estén sometidas a sus maridos, como conviene en el
Señor”. Someter significa dominar, sujetar. La mujer debe estar sujeta, bajo el
liderazgo de su marido, para que la familia funcione. No pueden existir dos
cabezas en el hogar. Dios estableció este orden: el hombre es el líder; fue
creado primero y no debe abusar de este liderazgo para maltratar ni destruir a
la mujer: debe amarla y respetarla siempre. Tal como dice en Ef. 5:22 dice:”
Las casadas estén sometidas a sus propios maridos, como al Señor, porque el
marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, la cual
es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la Iglesia está sometida a
Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo”. Dice en todo, no cuando les convenga ni
cuando quieran ni cuando le salga la voluntad. Por ejemplo, “porque se portó
bien conmigo en el fin de semana”. No debe rebelarse de manera desproporcionada
ni desordenada contra las disposiciones que haya establecido el hombre en el
hogar ni debe ir en contra ni poner en tela de juicio su autoridad.
Es ayuda
idónea. Es así como la Biblia define a la mujer. La mujer está destinada a
cooperar en la educación de los hijos, aunque en la práctica llevan esta carga
más que el hombre. Está llamada a ser esa influencia positiva en la educación
de los hijos, a participar en la búsqueda de soluciones a los conflictos que
puedan surgir dentro y fuera del hogar. El diálogo la buena comunicación es el
instrumento que una mujer sabia usará para mantener la armonía en el hogar. La
mujer debe ser un apoyo emocional al hombre. A la mujer corresponde responsabilizarse en dar atención a los detalles propio de la
casa. La atención del hogar de manera primaria le corresponde a la mujer. Esto
no quiere decir que el hombre no contribuya con el cuidado de la casa, pero
esto debe verse como un complemento y no como una sustitución de la función que
corresponde asumir a la mujer. Cuando la mujer trabaja fuera de la casa, no
debe verlo tampoco como sustitución del rol del hombre, con derecho a disponer
a su antojo del dinero que gana, si no como ayuda de la labor que corresponde
al hombre. Ayuda significa que carga con el hombre todo el peso de la familia.
Al decir ayuda significa que la carga la tiene el hombre principalmente, y la
mujer entra como su complemento, en ese papel como soporte en la función del
hombre como cabeza. Cuando Dios puso al hombre en el paraíso terrenal, luego de
haber creado todo, excepto la mujer, Gn. 2:18 y 22 dice:” Y dijo el Señor Dios:
No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. (…) Y de la
costilla que el Señor Dios tomó del hombre, formó una mujer y la trajo al
hombre”.
La mujer debe
respetar a su marido. Respetar significa darle a alguien el lugar que le
pertenece, no tomar el lugar que le corresponde a otro. La mujer debe apoyar al
hombre, trabajar unida junto a él. No contradecirlo en público, no
avergonzarlo, no criticarlo ni juzgarlo ni compararlo negativamente. Respetar
es honrar, hablar bien, valorar, admirar, dar importancia. El dialogo es
elemento indispensable en la relación de ambos. No se trata de hacerlo un ídolo
al hombre, sino considerarlo con el debido respeto, de manera orgullosa,
tomarlo siempre en cuenta, distinguirlo siempre.
La mujer es
una incubadora. Reproduce todo lo que le
damos; concibe y reproduce en el
vientre. La mujer es la que concibe por su propia naturaleza; puede hacerse una
concepción en base a un vientre prestado, pero esto es antinatural. Por tanto,
es la que alimenta materialmente a sus hijos, da cariño, cuidado, atención, por
su propia naturaleza, para que sea natural. Esto la hace más sentimental, más
emotiva. Por eso, la mujer es vaso frágil, más delicada, más atenta a los
detalles que el hombre.
Debe animar,
alentar a su pareja y rodearlo con oración e intercesión. Debe ser un impulso,
una motivación al hombre para que continúe con su responsabilidad. La gente
dice que donde hay un buen hombre detrás hay una gran mujer, y en la Biblia se
menciona como mujer virtuosa, porque una buena esposa hace grande a su esposo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario