Ing. Juan Betances
La Biblia dice que cuando Dios creó los cielos y la tierra, ésta estaba desordenada y vacía, “y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gen. 1:2).
La primera acción creadora del Espíritu de Dios fue la luz. Por su palabra fueron creadas todas las cosas. Dice que dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Se agradó Dios de su primogénita arquitectura de la creación, realizando una importante obra: separar la luz de las tinieblas: “Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas” (Gen. 1:2-3).
Un símbolo es un ser u objeto que representa un concepto abstracto, invisible, por alguna semejanza o correspondencia: un cetro es símbolo de autoridad; la balanza, de justicia; la bandera, de la patria; el ramo de olivo, de la paz. Un símbolo es una realidad (persona o cosa) que nos acerca a otra realidad más profunda, viendo algo material nos lleva a un concepto o idea no material.
1. Jesucristo luz del mundo
El evangelio de Juan dice que en el principio el Verbo (Palabra) estaba junto a Dios y era Dios; y que en El estaba la vida y la vida era la luz de los hombres (Juan 1:1-4). Un hombre enviado por Dios, llamado Juan, llamado por Jesús el más grande entre todos los hombres que hayan vivido, vino a dar testimonio de la luz “a fin de que todos creyeran por él. No era él la luz, sino para dar testimonio de la luz” (7-8). ¿Quién era entonces la luz? “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo” (9).
Decíamos que un símbolo es la representación de una realidad invisible. Para que algo represente otra cosa, una de las dos tiene que ser, para que la otra la represente. Hubo un hombre que vino a demostrar la realidad de Dios, a probar el ser verdadero que era, a alumbrar a todo hombre que cree en su nombre. Ese fue Jesús de Nazaret. Esta es la realidad profunda: nadie ha probado ser Dios, con evidencias, con pruebas irrefutables de su deidad; solo Jesucristo. No hay en la historia de la humanidad un acontecimiento de mayor relevancia que su resurrección. En el poder de la resurrección esta, no el símbolo, sino el ser mismo de Dios. El era la luz que ilumina la oscuridad del hombre, nadie más. Como el salmista decimos que “el es mi luz y mi salvación, a quien temeré? El es la defensa de mi vida, quien ha de atemorizarme?.. Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón. Aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado” (Salmo 27:1-3).
2. Vivir para Dios
Sometidos a las pruebas y aflicciones, el hombre se ve frente a dos alternativas: o se acerca a Dios o se aleja de él. Creemos, a veces, que Dios no nos bendecirá porque a nuestros ojos parecen irrealizables sus promesas. Sin embargo, nos olvidamos que cuando nuestra bendición esta a la puerta, ¿no habremos de ser probados? Siendo nuestros procesos fuertes, pensamos que Dios se ha olvidado de nosotros. Sin embargo, cuando menos creemos que podemos y que estamos vencidos, cuando nos abandonamos a Dios y ya nada podemos hacer con nuestras fuerzas, porque se agotaron nuestras posibilidades, es cuando nos elevamos más, nuestra energía potencial es mayor. En la medida que escalamos al monte santo de Dios, mayor es nuestra potencia en el, pero es más grande, a su vez, la reacción del mundo espiritual de las tinieblas, que se opondrán siempre a toda bendición, porque su naturaleza es de destrucción, de robo y de engaño.
Cuando decidimos vivir para Dios, una nueva luz aparece a nuestros ojos espirituales. Dios es Dios y nunca falla. El es la Verdad, no solo una verdad. El es la Vida y su buena noticia es que en el hay vida eterna y quiere que “vivamos en espíritu, según Dios” (1 Pedro 4:6), y, ante todo, teniendo entre nosotros un ferviente amor, “porque el amor cubre multitud de pecados” (8), poniendo los dones al servicio de los otros, “como administradores de la multiforme gracia de Dios” (10),… para que en todo sea Dios glorificado, por medio de Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos” (11).
3. La palabra de vida
¿De qué nos sirve recibir en nuestro corazón esa luz verdadera? ¿Cuál es la bondad de tan sencillo acto? Que “si andamos en la luz, como el está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Este es el mensaje que hemos recibido: que Dios es luz, que no hay tinieblas en él, y que si decimos que tenemos comunión con él, pero amamos el mundo y las cosas de este mundo, apegados a ellas, el amor del Padre no está en nosotros. Los deseos de la carne, las pasiones propias de este mundo, la codicia de los ojos, el orgullo, la vanagloria, la soberbia de la vida, no provienen del Padre sino del mundo (16). “Y el mundo pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”(18).
Este es el mensaje de vida; practicamos la verdad cuando tenemos comunión con él, apartados de la maldad y el pecado. El está abierto para perdonarnos de todo pecado y limpiarnos de todo pasado. Y porque le amamos, vemos la luz de él, que resplandece en cada hermano. No dejemos cegar nuestros ojos: “el que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas” (9). La luz ya alumbra, es la luz de Jesús, el brillo de su amor. Quien ama a su hermano, permanece en la luz, y no hay tropiezo en el. Ese sabe dónde va, en qué camino anda, el verdadero Camino, el que nunca pasa, y que permanece para siempre.
¿Estás dispuesto a que la luz de Cristo alumbre tu corazón? Enciéndela, déjala brillar, el es la luz que resplandecerá por siempre, hasta la eternidad.
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