jueves, 22 de marzo de 2012

El Poder de la Sangre

"Sólo por medio de Jesús podemos ser declarados limpios por completo"

Ing. Juan Betances.

La Biblia dice, en Lv. 17:11:” Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo se la he dado para hacer expiación sobre el altar por sus almas; y la misma sangre hará expiación de la persona”. Y más adelante: “Porque el alma de toda carne, su vida, está en su sangre;…porque el alma (o la vida) de toda carne es su sangre;” (14) La parte carnal del hombre, su cuerpo, es carne y hueso, se convierte en polvo al morir. Dios nos hizo de polvo del suelo, dando a entender que allí reside la parte material nuestra. Polvo somos y en polvo nos convertiremos, cuando desaparezca de nosotros la vida y este cuerpo físico se descomponga.

El alma fluye por la sangre, por donde corre la vida. El alma es lo que nos individualiza, lo que nos distingue a cada uno, producto de la herencia, las circunstancias y el desarrollo personal propio. ¿Para qué puso Dios sangre en el hombre? Dice que la ha dado para hacer expiación sobre el altar por sus almas, y hace expiación por la persona. 

 En Ec:12:2-7 también dice:”Antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelven las nubes tras la lluvia; cuando temblarán los guardas de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes, y cesarán las muelas, porque han disminuido, y se oscurecerán los que miran por las ventanas; y las puertas de afuera se cerrarán, por la bajeza de la voz de la muela; y se levantará a la voz del ave, y todas las hijas de canción serán humilladas; cuando también temerán de lo alto, y los tropezones en el camino; y florecerá el almendro, y se cargará la langosta, y se perderá el apetito; porque el hombre va a la casa de su siglo, y los endechadores andarán en derredor por la plaza. Antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo; y el polvo se torne a la tierra, como era antes, y el espíritu se vuelva a Dios que lo dio”.

Al morir, el alma y el espíritu del hombre van a Dios; el espíritu, porque a Dios le pertenece, y el alma para ser juzgada conforme a sus obras. La carne vuelve a ser lo que era antes, vuelve a la tierra, para convertirse en polvo. En el momento de la muerte, la rueda de la vida se ha roto, y el cántaro se ha quebrado junto a la fuente de vida, Dios. El cuenco de oro de nuestra vida, si ha vivido conforme a Dios, brillante como el oro, se romperá y la cadena de plata, lo que nos ataba a este mundo, será quebrada. Pero los que ahora "duermen" en el polvo de la tierra, vivirán otra vez, pues resucitarán (ver Dn. 12: 2; Jn. 11: 11-13, 23-26; 1 Ts. 4: 13-17).

Fue por su sangre. Jesús nació de una mujer, llamada María,no por obra de varón. Su concepción fue por obra y gracia del Espíritu Santo. Dios le dio vida a Jesús al nacer, cuando cubrió a María con su sombra y ella dio el sí de aceptación a Dios, para que el hijo que naciera pudiera ser llamado Hijo de Dios. María aportó carne y hueso: Jesús fue Hijo de hombre. Dios aportó la sangre: Jesús era Hijo de Dios.

En el plan de salvación de Dios, puso sangre en Jesús para que el alma que había en Él fuese limpia, santa y pura; para ser igual a Dios, para ser la misma cosa en Jesús. Esa sangre purísima fue derramada por completo en la cruz, en una muestra de amor, de entrega total de Dios. Ni una sola gota de su sangre quedó en su cuerpo. No le quebraron las piernas, pues de su costado salió sangre y agua, como prueba de que había agotado toda su vida, había derramado toda su sangre en la cruz.

Dios derramó su amor completo para el hombre en la cruz, lo entregó todo, toda su vida. Jesucristo tapó, cubrió nuestras faltas por su sangre derramada en la cruz. Pero seremos juzgados uno a uno, de manera individual, la sangre sirve para expiación de la persona.

La sangre de Jesús tapó, cubrió nuestros pecados, nuestras inmundicias, nuestras imperfecciones, en la consumación de la obra perfecta del Padre. Fue su sangre la que nos salvó, fue su sangre la que nos perdonó, fue su sangre la que permitió que seamos purificados por él, cuando le aceptamos como imagen del Dios invisible, como Señor de nuestras vidas, como único mediador entre Dios y los hombres.

Hay poder en su sangre. Su sangre pura nos limpia de todo pecado. Hay poder en la sangre de Jesús: poder de expiación, poder de redención, poder de salvación. Fue su sangre la que nos reconcilió con Dios, estableciendo la paz de Dios con los hombres, al permitirnos y facilitarnosla posibilidad de ser perfectos como lo fue Jesús. Él se entrego en sacrificio de olor fragante una sola vez y para siempre. No hay que hacer sacrificio de animales ni de machos cabríos, que no pueden quitar los pecados, Hechos 10:4 “El, mirándole fijamente, y atemorizado, dijo: ¿Qué es, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios” Porque el varón perfecto, el Verbo encarnado, se entregó a sí mismo en sacrificio de expiación. Porque con una sola ofrenda Cristo hizo perfectos para siempre a los santificados. Sólo por medio de Jesús podemos ser declarados limpios por completo.

Ya podemos llegar a la perfección y ser perfectos como lo fue Jesús. Es allí donde las almas son limpiadas, nuestras imperfecciones son cubiertas y nuestros pecados son perdonados.

Hay que acercarse a la cruz y aceptar el derramamiento de la sangre de Jesús, para adquirir, por el derecho de ser llamados hijos de Dios, por la fe en su nombre, la oportunidad de salvación eterna. Aceptar a Jesús es decisión personal, tener una relación con Dios es asunto personal también. Pero la sangre de Jesús nos da el poder para ser limpiados de todo pecado, de toda inmundicia, de toda idolatría; y ese poder nos da la potencia necesaria para restaurar el nuevo tabernáculo de Dios, inscrito en la tierra por su sangre derramada en la cruz, para ser instalado en el corazón del hombre, levantado por el poder de la resurrección y sellado por la presencia de su Espíritu todos los días, en todo lugar y en todo tiempo, de manera definitiva en la tierra.

Hay que beber, por el Espíritu, del pozo de aguas vivas, y no de cisternas rotas, para que cuando oscurezca el sol, y la luna y las estrellas, y vuelven las nubes tras la lluvia, y en la oscuridad de la muerte nos acerquemos al tribunal de Dios, cuando temblarán los hombres de la casa, y los hombres fuertes se encorvarán, podamos levantar bandera delante del trono de Dios, y decirle al juez sentado en él : he experimentado el poder que había en tu sangre, he enarbolado la bandera del amor, porque amor fue mi bandera “y su bandera sobre mi fue amor”. (Cnt. 2:5).



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