lunes, 1 de abril de 2013

LA FE QUE MUEVE MONTAÑAS.

Ing. Juan Betances
 
Muchas personas hablan sobre la fe y dicen que hay que tener fe en algo para poder vivir en esta vida. Otras, quisieran tener la fe que observan en otros. Algunos quisieran ver obras maravillosas para entonces creer. Otros asumen posiciones descabelladas en nombre de la fe que dicen profesar o su fe no se hace visible ni manifiesta en nada en su vida.
 
Una fe inconmovible (I)
La fe del cristiano no está puesta en algo, en un ser espiritual desconocido, en un Dios limitado por el tiempo y el espacio. La fe del cristiano es diferente, está cimentada sobre un Dios conocido, cuya primicia de salvación ha sido sembrada en la historia de la humanidad por el sacrificio de un hombre llamado Jesús de Nazaret, el Enviado de Dios, el Cristo, el Salvador. Jesucristo es el Hijo de Hombre, nacido de una mujer virgen, María, mas no de varón, engendrado por el Espíritu y sobre quien posaba y estaba el mismo Espíritu de Dios; es el Hijo de Dios , el Hijo del Altísimo.  Dios mostró su gran amor al hombre en la cruz y exhibió su autoridad sobre lo creado al resucitar a Jesús de entre los muertos. Esas fueron las grandes señales de su deidad. Por la sangre derramada, son borrados nuestros pecados, limpiados y purificados. Por la muerte en la cruz, por las llagas de Jesús, somos sanados, liberados, restaurados; y vivificados por siempre, teniendo como ancla del alma una esperanza firme de salvación, por aquel que resucitó de entre los muertos.
 
Dice la Biblia que el día en que Jesús resucitó, el primero de la semana, siendo el atardecer del mismo día, vino Jesús a donde estaban los discípulos reunidos, a puertas cerradas, por temor a los judíos, y se puso en medio de ellos “y les dijo: Paz a ustedes. Y dicho esto les mostró las manos y el costado” (Jn. 20:20). Y añade luego: “Pero Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. El les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré de ningún modo. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a ustedes. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y dijo: Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, has creído; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (24-29).
 
Hubo testigos oculares que dieron testimonio cierto y veraz de la resurrección de Jesús. Aunque en principio no creía, Tomás fue uno de ellos. Siendo discípulo cercano a Jesús, habiendo visto las obras maravillosas que hacía, sus señales, sus sanidades, sus milagros, sus prodigios, sus maravillas; habiendo participado junto a él en todo su proceso, no confiaba en lo que le decían sus compañeros que había ocurrido con Jesús al morir.  Tomás tuvo que poner los dedos en las manos de Jesús, y meter su mano en el costado, para creer.
 
En muchas ocasiones, Dios tiene que abrirnos sus manos y mostrarnos el camino de los clavos, para que nosotros podamos creer que es el camino a la vida verdadera. En otras, estamos inmersos en una situación angustiante y desesperante, donde no hay solución humana posible, y Dios tiene que abrirnos su corazón y mostrarnos su amor y su gran misericordia para que creamos; y decirnos por medio de sus hechos en nosotros: “Has visto. Para mí no hay nada imposible. No seas incrédulo”.
 
En una ocasión, entró Jesús en la barca y sus discípulos le siguieron. Dice Mt. 8:23-27: “y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande, que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y se acercaron sus discípulos y le despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! El les dijo: ¿Por qué temen, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió los vientos y el mar, y sobrevino una gran calma. Y los hombres se maravillaron diciendo: ¿Qué clase de hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?”.
 
Para que la manifestación de la presencia de Dios en nuestras vidas se haga visible, necesitamos una fe diferente. Una fe que sucumbe ante una mínima prueba, que cae ante la tentación, es una fe vana. El que cree en Jesús sabe en quién ha creído. Es el Dios que provocó la mayor y más sublime manifestación del poder de Dios en la tierra, al resucitar de entre los muertos. El es la roca inconmovible que no morirá jamás. El es piedra viva, que ahora es esquina de ángulo, para penetrar en todo el que le recibe y cree en su nombre, por medio de su Espíritu.
 
Una fe fundamentada en un Dios de tal magnitud es inconmovible, no variará a pesar de las circunstancias adversas; porque sabe que ha confiado en el Dios Todopoderoso, que es capaz de hacer que las cosas que no son, sean; porque es el Gran Yo Soy. El que tiene este tipo de fe camina seguro, sabe cuál es su destino, hacia donde va. ¿Anhelas tú esta fe?
 
Fe inaccesible (II)
En cierta ocasión, Jesús propuso esta parábola, diciendo:”El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza, que un hombre tomó y lo sembró  en su campo, el cual a la verdad es menor que todas las semillas; pero cuando ha crecido, es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas.” Mt. 13:31-32).
 
La fe de un verdadero creyente no se detiene por las situaciones ni retrocede ante las adversidades. Es una fe inaccesible, que crece cada día, porque no está fundamentada en sabiduría ni conocimiento humano ni en doctrina de hombres, sino en poder de Dios. Es una fe que cree en un Dios que lo puede todo, lo ve todo, lo conoce todo; es fe poderosa, que no le penetra el mal, que la maldad no le llega.
 
 
El Espíritu Santo es nuestro ayudador en el camino de nuestro crecimiento hacia la madurez espiritual, hacia la perfección, hacia la santidad; y nuestro modelo es Jesús. No estamos solos, no somos huérfanos. Dios es quien pone en nosotros el querer como el hacer. Su Espíritu nos lo dejó para que su poder sobrenatural se haga manifiesto en nuestras vidas.  Es el Espíritu Santo el intercesor por excelencia de nosotros frente a Dios, “(…) pues que hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, mas el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles.” (Ro. 8:26)
 
Nuestro camino en esta vida es un camino de fe, con la mirada puesta en el autor y consumador de la fe. Aunque te digan loco, aunque parezcas un ser irracional, si has confesado a Jesús, no permitas que debiliten tu fe,  ni las criticas, ni las murmuraciones, ni los ataques, ni las trampas, ni los desafíos, provengan de donde provengan. La fe del que cree en Jesús lo hace ser de otra manera, porque sabe a quién ha creído, es al Dios vivo y verdadero, al creador de cielos y tierra, al grande, al sublime, al que habita en la eternidad, a quien no ha acortado su brazo para obrar.
 
Dice la Palabra de Dios en Mc. 11:20-24: “Cuando pasaban de camino, muy de mañana, vieron que la higuera se había secado desde sus raíces. Entonces Pedro, acordándose, le dice: Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado. Respondiendo Jesús, les dice: Tengan fe en Dios. En verdad les digo que cualquiera que le diga a este monte: Se quitado de ahí y arrojado al mar; y no dude en su corazón, sino que crea que lo que está hablando sucede, lo tendrá. Por tanto les digo que todo cuanto rueguen y pidan, crean que lo están recibiendo, y lo tendrán. Y siempre que se pongan de pie a orar, perdonen si tienen algo contra alguien, para que también su Padre que está en los cielos perdone sus transgresiones.”

 
Hay una condición puesta por Jesús para que nuestras oraciones no sean estorbadas, para que no haya impedimento alguno en que puedan realizarse: hay que perdonar a los hermanos, para que Dios nos perdone a nosotros.
 
El tamaño del monte que ves, será de acuerdo al tamaño de la fe que tengas. Si tu fe es grande, tu montaña es pequeña, porque reconoce la bendición de Dios que hay detrás de cada prueba que asimilemos y salgamos como aprobados, bendición que es siempre reservada a los que confían en el Señor. Pero si tu fe es pequeña, caerás ante la más mínima circunstancia. Una fe inconmovible es una fe inaccesible, nada le penetra, es firme, no tiene desperdicios, es capaz de eliminar de su camino todo lo que no aporte a la vida eterna, es capaz de vivir en santidad.
 
Si estás errante en tu vida, buscando una respuesta de fe que no habías encontrado, hoy se abre el cielo para tu vida, para que puedas acampar tu nido bajo el amparo del Altísimo. Dios te está llamando a confiar en El, a esperar en El, a vivir en otro nivel de fe. El hombre que en el confía, no será jamás avergonzado.  No temas en arriesgar tu vida y hasta perderla, porque es allí donde aparecen los frutos, donde se seca la higuera que no da frutos y donde se calma la tempestad que nos atormenta y acecha; en la renuncia a nosotros, en la crucifixión de nuestras pasiones y deseos, allí crece la fe.

Con manos selladas por los clavos y costado traspasado por las lanzas, es cuando nuestra fe hará manifiesta la vida de Dios, dejando que haga en nosotros lo que nuestras propias manos no pueden hacer. Sin fe, es imposible agradar a Dios y manifestar su Gloria.

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