lunes, 22 de julio de 2013

EL PROPÓSITO DE LA CREACIÓN DEL HOMBRE A IMAGEN DE DIOS

Ing. Juan Betances

Dios creó el hombre a su imagen para que reflejara su propia naturaleza y para que fuera portador de su gloria. La gloria de Dios fue dada a conocer a la humanidad de manera pública a través de Jesucristo. La imagen del Dios invisible se evidenció a través del Hijo de Dios. Como dice el evangelio de S. Juan: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer” (Jn. 1:18). El propósito con que ese Dios invisible nos formó desde el principio, era para que, la misma gloria que existía desde la fundación del mundo, entre el Padre y el Hijo, sea manifiesta ahora en nosotros mismos, los hombres, por medio de Cristo Jesús, el Hijo del Hombre, el mediador único entre Dios y los hombres.
 
I.Para que seamos uno, como el Padre y el Hijo uno son.
El propósito principal de la creación del hombre era hacernos uno con Dios, tal como el Padre y el Hijo eran uno desde la eternidad. Al hacernos uno con él, la gloria que hay en él se hace manifiesta en nosotros, por la herencia adquirida para con nosotros por el sacrificio de Jesucristo en la cruz; porque El, nuestro mediador ante Dios, abrió las puertas del cielo que estaban cerradas, al obedecer al Padre en todo y cumplir su voluntad (la de Dios) en la tierra. Haciéndose hombre, y padeciendo por nosotros, tomó nuestro lugar, para prepararnos morada en el cielo. Y, por su sangre, adquirió para Dios, hombres de toda raza, lengua y nación, a fin de darnos a conocer el misterio de su voluntad: que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor, predestinándonos a que fuésemos adoptados como hijos suyos, “para alabanza de la gloria de su gracia, que nos ha colmado en el Amado” (Ef. 1:6 y 4-9).
 
¿Qué es la gloria de Dios y cómo se manifiesta? Es la exaltación a lo sumo del amor que brota de la unidad del Dios Trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en un solo ser; y se manifiesta al hacerse uno en propósito y actuar en unidad perfecta, para llevar a cabo esa voluntad, ese propósito. El Espíritu Santo es el ejecutor de ese propósito que Dios estableció, haciéndonos hijos, y llevándonos a la santidad.
 
Cuando nos hacemos uno con Dios, el resplandor de su gloria brilla en nosotros. Isaías 60: 1 dice:”Levántate y resplandece, porque ha venido tu luz, y y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá el Señor, y sobre ti será vista su gloria”. Nos hacemos uno con él para manifestar su gloria. Nos hacemos uno con él si hacemos su voluntad en la tierra.
 
Jesús glorificó a Dios en la tierra al llevar a término la obra que el Padre le había encomendado ejecutar. El oró al Padre diciendo:” Yo te he glorificado en la tierra; he llevado a término la obra que me diste a realizar. Ahora, pues, Padre, glorifícame tú  al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiese” (Jn. 17:4-5). Al enseñar a sus discípulos a orar, les dijo:”Ustedes, pues, orarán así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:9-10). La gloria de Dios se hace manifiesta en la tierra cuando su reino viene y su voluntad se establece. El reino de Dios viene cuando el hombre abre su corazón a Dios a través de Jesucristo. Es el corazón del hombre el lugar escogido por Dios para establecer lugar, habitación en el hombre. Aquellos que crean en Jesús, por medio de la palabra del evangelio, y por la palabra del testimonio, se hacen uno con Él, al menospreciar sus vidas, y entregarlas por completo al Dios vivo y verdadero, para que, tal como así dijo él, “como tú, oh Padre, en mi, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:21).
 
II.El misterio de su voluntad
Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.  Jesucristo hombre hizo la voluntad de Dios en la tierra, para que la humanidad caída pueda hacer lo mismo para con Dios, conozcan la verdad de su Palabra, y puedan ser realmente libres. El se despojó de su condición divina, haciéndose uno igual a nosotros, menos en el pecado. Tomando forma de siervo, se hizo esclavo, para que nosotros fuéramos libres. Se entregó a sí mismo en una cruz, para que ya no vivamos para sí, sino para aquel se entregó a sí mismo por nosotros, una vez para siempre, a fin de que la gracia, la bendición y la vida que hay en Dios, sea extendida a los hijos adoptivos de la promesa adquirida por el Hijo de Dios.
 
¿Cómo nos lleva Dios a ese propósito? ¿Cómo es su obrar en nosotros para conducirnos a hacer su voluntad? Dios puso voluntad en el hombre, dándole capacidad para elegir, para tomar decisiones. La mente del hombre natural envía órdenes a la voluntad y la somete a la carne. El pecado viene con nosotros desde el primer hombre, y el alma, conforme a nuestra naturaleza pecaminosa, nos induce a satisfacer las pasiones, gustos y deseos de la carne. La mentalidad carnal domina al cuerpo y hace su propia voluntad, es independiente de Dios, actúa para satisfacer sus propios deseos; se cree autosuficiente, y que, por sí solo, puede alcanzar su destino, y adquirir sentido y significado en la vida.

 
“Mas siempre que alguno se convierte al Señor, el velo se quita. Ahora bien, el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co. 3:16-17). Al convertirnos, el Espíritu de Dios viene a morar en el espíritu nuestro, y nacemos de nuevo. Nos convertimos en nueva criatura, hecha según Dios. El Espíritu nos da vida nueva. El velo se rompe. Entendemos la sabiduría de Dios de que, no es haciendo nuestra voluntad que somos libres, sino haciendo su voluntad. Y la voluntad de Dios la conocemos por intuición. Dios influencia el espíritu nuestro, a nuestro corazón, a nuestra conciencia, para darnos discernimiento espiritual, para que no tomemos decisiones conforme a nuestros deseos, sino conforme al corazón de Dios. Dios puso su Espíritu en el nuestro para que tengamos intimidad con él, y lleguemos a la comunión perfecta con él, para que le adoremos por la eternidad; para ser nuestro Padre, dándonos herencia, derechos, privilegios, bendición y vida eterna; y para mostrarnos su amor.
 
En el hombre espiritual, la voluntad rendida a Dios, el corazón, envía órdenes a la mente para obedecerle y hacer su voluntad. El hombre espiritual depende de Dios en todo, se somete en obediencia. Solo el nacido de nuevo puede alcanzar ese propósito, que no podemos hacer por nosotros mismos,  “porque la creación fue sometida a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sometió en esperanza. (…) Porque por esperanza fuimos salvos, pero la esperanza que se ve, no es esperanza, porque lo que alguien ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, mediante la paciencia lo aguardamos. Y de igual manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros, con gemidos indecibles. Y el que escudriña los corazones, sabe cuál es la mentalidad del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Ro. 8:20 y 24-27).
 
Los santos son los justos, justificados por la gracia de Jesucristo, los que hacen la voluntad de Dios, haciendo buenas obras, que se ofrendan a sí mismos como sacrificio vivo, como ofrenda grata, agradable a Dios. Y es entonces que el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, intercede por nosotros, para proveernos lo que conviene a nuestras vidas y el propósito para el que fuimos creados se cumpla.
 
Tenemos un llamamiento santo, y es alcanzar la perfección, conforme al modelo de Jesús, el varón perfecto. I Pe. 2:21:”Pues para esto fueron llamados, porque también Cristo padeció por ustedes, dejándonos su ejemplo, para que sigamos sus pisadas”. Jesucristo nos dejó la imagen de la perfección de Dios, de su santidad, muriendo en una cruz, para que nosotros renunciemos a sí mismos, carguemos nuestra propia cruz y le sigamos. Padeció y aprendió obediencia por lo que padeció, para que sigamos su ejemplo, para que podamos crecer hacia la madurez espiritual conforme a la naturaleza propia del varón perfecto, y no de acuerdo a la mente carnal y pecaminosa, no según los deseos engañosos de la carne. “Y sabemos que todas las cosas cooperan para bien de los que aman a Dios, de los que son llamados conforme a su propósito” (Ro. 8:28).
 
III.De corazón a corazón
La mentalidad del Espíritu es revelada al nuestro por aquel que escudriña los corazones. Entramos en el corazón de Dios por la conciencia, por el espíritu; lo logramos cuando el corazón nuestro se conecta al corazón de Dios, cuando tenemos el discernimiento para hacer, no nuestra voluntad, sino la de Dios. El Espíritu nos da a conocer las cosas de Dios, que nadie conoce. “Pero el hombre natural no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede conocer, porque se han de discernir espiritualmente” (i Co. 2:14).
 
En el cuerpo físico del hombre, el corazón envía la sangre al cerebro para establecer la regla de oro del existir. Pensamos, porque nuestras neuronas son oxigenadas a través de la sangre, que da vida al cuerpo. La mente domina la voluntad del hombre natural. En el hombre espiritual no es así. I Co. 2:15-16 dice:”En cambio, el espiritual discierne todas las cosas, pero él no es enjuiciado por nadie. Porque, ¿quién conoció la mente del Señor, para que pueda instruirle? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo”.
 
El corazón domina la voluntad del hombre espiritual. Al fusionarse su espíritu con el de Dios, en comunión con su Espíritu, piensa y actúa conforme a la mente de Cristo. Su mente no es carnal, es espiritual, conforme a la de Cristo. No busca lo que le interesa, lo que le conviene o lo que le gusta. El hombre espiritual tiene buena conciencia, capaz de escuchar la verdad, el bien. Es en la conciencia, en ese lugar interior de relación con Dios, donde El nos habla y nos ayuda a comprender el camino que debemos tomar. El hombre espiritual se humilla delante de Dios, obedece, ama de corazón y le sirve a Dios con pureza de intención. El hombre espiritual aprende a escuchar la voz de Dios, y es completamente libre. De esta manera, se cumple el propósito para el que fuimos creados. El apóstol Pablo, en I Co. 2:6-10, dice:” (…) hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez, y sabiduría, no de este mundo, ni de los príncipes de este mundo que va desapareciendo, sino que hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, (…) como está escrito: Cosas que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios”.

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