Ing. Juan Betances
La palabra intención se define
como deseo, propósito, voluntad. Una intención es algo que permanece en
nuestra mente y que no se ha hecho manifiesto ni ha sido expreso de manera
visible y externa.
Pureza de corazón (I)
El único que penetra en nuestro
corazón y conoce nuestras intenciones es
Dios. Solo El tiene autoridad y poder para penetrar en las profundidades de
nuestro ser, nada escapa a su mirada y control. El salmo 139:1-6 dice:” Oh Señor, tú me escudriñas y me conoces.
Tú conoces mi sentarme y mi levantarme. Percibes desde lejos mis pensamientos.
Escudriñas mi andar y mi reposo; y todos
mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he
aquí, oh Señor, te la sabes toda. Por detrás y por delante me rodeas, y sobre
mi tienes puesta tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí;
demasiado alto es, no lo puedo alcanzar”.
El rey David tenia la revelación
del conocimiento profundo de Dios (su omnisciencia), de su presencia en todo
lugar (de su omnipresencia) y de que es un ser Todopoderoso, porque percibía,
en cada paso de su vida, la presencia de Dios que le acompañaba, guardándolo de
sus enemigos, salvándole y defendiéndole, protegiéndole de todo peligro. Esto
solo lo puede obtener aquel que le busque con corazón limpio, con pureza de
intención. Jesús dijo:” Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios” (Mt. 5:8).
¿Cómo es posible que nada escape
a Dios? ¿Cómo puede penetrar en nuestros pensamientos? El salmista decía que
tal conocimiento era demasiado maravilloso para él, demasiado elevado, jamás lo
entendería y lo alcanzaría a comprender.
Puro es aquello limpio, no
contaminado, desprovisto de impureza, sin mancha ni suciedad. Intenciones puras
significa que nuestros deseos, nuestros propósitos, nuestra voluntad no están
contaminados ni influenciados por la maldad. El mal es dañino, provoca destrucción,
lleva a la muerte. El bien es bueno, genera crecimiento, da vida.
¿Cómo se manifiestan en nosotros
las malas intenciones? ¿Dónde está el origen de ellas? ¿Cómo podemos, pues,
cambiarlas?
Los espíritus inmundos (los
demonios) habitan en los aires. No están en el cielo, porque han sido echados
fuera; no están en la tierra, porque no tienen alma. Para poderse manifestar,
necesitan un cuerpo físico o un objeto material para adquirir forma y actuar.
Cuando los hombres le damos derecho legal a los demonios para obrar en el mundo
físico, ellos hacen acto de presencia. Si le cerramos las puertas, ellos tienen
que permanecer en sus lugares de prisión, en los aires, buscando la manera de
hacerse manifiestos, pero impedidos de hacerlo.
Los demonios no conocen nuestras
intenciones, ellas están en nuestro interior, en nuestro carácter. Solo Dios
penetra en nuestro interior y las conoce. Si Dios ve las intenciones de nuestro
corazón, ¿qué pasa cuando son del dominio de Dios las malas intenciones que hay
en nosotros?
En Dios no hay maldad. Por su
propia naturaleza, por su carácter, Dios es bueno. El es bueno para con todos.
Hace salir el sol para buenos y malos, y
no hace acepción de personas. Dios conoce las intenciones, y ¡qué bueno
que las conoce!
Dios es Espíritu. A Dios nadie
lo ha visto. Pero el Dios desconocido se reveló a los hombres a través de
Jesucristo. Jesucristo es la imagen perfecta del Dios invisible, el ser mismo
de Dios hecho hombre en la tierra. El es el Verbo encarnado. Y nos dejó su Espíritu,
que moraba en El, para que podamos lidiar con nuestras malas intenciones. El
Espíritu de Dios es el que nos convence de pecado. Cuando hay malas
intenciones, habla por su Espíritu a nuestra conciencia, para que reconozcamos
nuestra debilidad.
Mientras estuvo en la tierra,
Jesús oró al Padre diciendo:” Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque ocultaste estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los
niños. Si, Padre, porque así te agradó”.
(Mt.11:25-26) Y agregó:” Todas las cosas me fueron entregadas por mi
Padre, y nadie conoce perfectamente al Hijo, sino el Padre, y ninguno conoce
perfectamente al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo resuelva
revelarlo. (…) Aprendan de mi, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán
descanso para sus almas” (29).
Corazón abierto (II)
El salmo 51:5 dice:” Mira que en
maldad he sido formado. Y en pecado me concibió mi madre”. Y en el verso 3:”
Porque yo reconozco mis delitos. Y mi pecado está siempre delante de mí”. Nadie
es completamente puro delante de Dios. El orgullo, el egoísmo, la avaricia, la
vanagloria, la soberbia, las ambiciones desmedidas y los proyectos personales
con propósitos equivocados nos alejan de su presencia.
Hemos sido concebidos en pecado.
Así es, el pecado está siempre delante de nosotros mismos. ¿Cómo, pues,
llegaremos, y veremos el rostro de nuestro Dios, si somos pecadores?
La respuesta es: por el
Espíritu, el Espíritu Santo de Dios. Nuestra conciencia impura y nuestra alma
cauterizada y dormida solo pueden ser transformadas y cambiadas por la
presencia de Dios. Hay que acudir a las aguas de su perdón para encontrar
socorro oportuno en el día de la prueba y para no caer en tentación y llegar a
la maldad. Pero hay un punto de partida que Dios requiere de nosotros: el
reconocimiento. Hay que aceptar las cosas que Dios pone en nuestro corazón como
malas, recibirlas y estar dispuestos a renunciar a ellas. Aceptación,
reconocimiento y renuncia son las claves del verdadero arrepentimiento.
La paga del pecado es muerte.
Todo pecado tiene consecuencias inevitables sobre la persona, que solo Dios,
por su bondad y su misericordia, puede borrar. La consecuencia del pecado es
maldición sobre la vida del hombre. Pecar es hacer lo que a Dios no agrada.
Pecamos aun con nuestros pensamientos. Jesús dijo, en Mt. 5:27-28:” Oyeron que
fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo les digo que cualquiera que mira a
una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. La intención de
pecar Dios la ve como el pecado mismo.
Las buenas intenciones se
traducen en pensamientos de bien, en actitudes correctas, en hábitos y forma de
vida encaminados a la búsqueda de la perfección. Si nuestra intención al hacer
las cosas es engrandecernos a nosotros mismos, Dios lo sabe. Si buscamos
honrarle a él, también lo conoce. Si le servimos, sabe si nuestra intención es
buscar provecho propio, dinero, prestigio o poder.
Una buena intención no es
suficiente. Dios nos llama a amar a nuestros enemigos, a bendecir y no a
maldecir, a extender la mano al que nos ha ofendido. Es allí donde se ponen a
prueba nuestras verdaderas intenciones. Hay que hacerlas evidentes a través de
nuestros hábitos, nuestras actitudes y propósitos, por experiencia de vida.
Pensamientos renovados para bien, propósitos correctos y estilo de vida bajo la
perfecta voluntad de Dios nos llevarán a cambiar nuestro carácter.
Estos pensamientos, actitudes e
intenciones se alojan en nuestra mente. Hay que cambiar de mentalidad cada día,
renovarse cada día. El apóstol Pablo dijo en I Cor. 15:31:” Les aseguro,
hermanos, que cada día muero”.
El apóstol Pablo no moría
físicamente, moría a su propio yo, se crucificaba cada día en sus pasiones,
gustos y deseos, para saborear la buena vida que hay en Dios.
Dios permite los procesos en
nosotros para que podamos crecer. Sembramos una semilla de bendición espiritual
cuando morimos a nuestro yo y dejamos que Dios llene el vacio de nuestro
corazón. Las pruebas, las tribulaciones, los desiertos nos conducen a la verdad
de Dios, son el motivo para convertirnos. Convertirse significa ser
transformados a la imagen del varón perfecto en nuestra alma, en nuestra mente,
en nuestro carácter. De la abundancia del corazón habla la boca y engañoso es
el corazón del hombre, nos dice la Palabra. Podemos engañar a los hombres,
aparentar bondad aunque no la sintamos, hacer creer cosas que no son, pero a
Dios nunca lo engañaremos.
El profeta Ezequiel, hablando al
pueblo de Israel, dijo:” Y volverán allí, y quitarán de ella todas sus
idolatrías y todas sus abominaciones. Y les daré un solo corazón, pondré un
espíritu nuevo dentro de ellos, y quitaré el corazón de piedra de en medio de
su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis estatutos y
guarden mis ordenanzas y las cumplan, y me serán por pueblo, y yo seré a ellos
por Dios. Mas aquellos cuyo corazón anda tras el deseo de sus idolatrías y de
sus abominaciones, yo les echaré su conducta sobre sus propias cabezas”
(11:18-21).
¡Un solo corazón para amar al
Dios vivo y verdadero, y a nadie más por encima de él! ¡Un solo corazón para
arrancar de nosotros toda maldad y toda raíz de maldad! Dios lo ha hecho
poniendo un espíritu nuevo dentro de nosotros, su Espíritu, que está dentro de
todo aquel que recibe a Jesucristo en su corazón, para que podamos cumplirle y
obedecerle. Su Espíritu en nosotros para crear un nuevo corazón, para no andar
más en nuestras idolatrías, en adorar a otro ser que no sea el Dios creador de
cielos y tierra.
Ese nuevo corazón es el
tabernáculo escogido por Dios para establecer su morada, su reinado en la
tierra: es el corazón del hombre humillado y arrepentido, quebrantado en su ser
por la presencia de Dios en su vida, tocado por su mirada, que cubriendo su
desnudez, y extendiendo su manto sobre él, hace de nuestro tiempo, tiempo de
amores. Dios nos lava con agua viva por su Espíritu, nos purifica con su sangre
y nos unge con aceite nuevo, vivificando nuestro espíritu, para que vivamos, no
conforme a la carne, sino al Espíritu. Ez. 37:26-27 dice:” Y haré con ellos
pacto de paz, será un pacto perpetuo con ellos; y los estableceré y los
multiplicaré; y pondré mi santuario entre ellos para siempre. Estará en medio
de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”.
Hay que acudir a ese nuevo
tabernáculo, a la morada de Dios, con corazón abierto. Hay que abrirse por
completo al Espíritu de Dios, para que podamos proceder con intenciones puras.
Hay que arrepentirse día a día de nuestras malas intenciones, para que nuestro
corazón pueda conectarse con el corazón puro, santo y sin mancha de Dios.
El Salmo 141:4 dice:” No dejes
que se incline mi corazón a cosa mala”. Debemos pedirle a Dios que su Espíritu,
el Espíritu Santo, nos ayude a no dejar que se incline nuestro corazón a la
maldad.
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