martes, 9 de julio de 2013

INTENCIONES PURAS

Ing. Juan Betances
La palabra intención se define como  deseo, propósito, voluntad.  Una intención es algo que permanece en nuestra mente y que no se ha hecho manifiesto ni ha sido expreso de manera visible y externa.
 
Pureza de corazón (I)
El único que penetra en nuestro corazón y conoce nuestras  intenciones es Dios. Solo El tiene autoridad y poder para penetrar en las profundidades de nuestro ser, nada escapa a su mirada y control. El salmo 139:1-6  dice:” Oh Señor, tú me escudriñas y me conoces. Tú conoces mi sentarme y mi levantarme. Percibes desde lejos mis pensamientos. Escudriñas mi andar y  mi reposo; y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Señor, te la sabes toda. Por detrás y por delante me rodeas, y sobre mi tienes puesta tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; demasiado alto es, no lo puedo alcanzar”.
 
El rey David tenia la revelación del conocimiento profundo de Dios (su omnisciencia), de su presencia en todo lugar (de su omnipresencia) y de que es un ser Todopoderoso, porque percibía, en cada paso de su vida, la presencia de Dios que le acompañaba, guardándolo de sus enemigos, salvándole y defendiéndole, protegiéndole de todo peligro. Esto solo lo puede obtener aquel que le busque con corazón limpio, con pureza de intención. Jesús dijo:” Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt. 5:8).
 
¿Cómo es posible que nada escape a Dios? ¿Cómo puede penetrar en nuestros pensamientos? El salmista decía que tal conocimiento era demasiado maravilloso para él, demasiado elevado, jamás lo entendería y lo alcanzaría a comprender.
 
Puro es aquello limpio, no contaminado, desprovisto de impureza, sin mancha ni suciedad. Intenciones puras significa que nuestros deseos, nuestros propósitos, nuestra voluntad no están contaminados ni influenciados por la maldad. El mal es dañino, provoca destrucción, lleva a la muerte. El bien es bueno, genera crecimiento, da vida.
 
¿Cómo se manifiestan en nosotros las malas intenciones? ¿Dónde está el origen de ellas? ¿Cómo podemos, pues, cambiarlas?
 
Los espíritus inmundos (los demonios) habitan en los aires. No están en el cielo, porque han sido echados fuera; no están en la tierra, porque no tienen alma. Para poderse manifestar, necesitan un cuerpo físico o un objeto material para adquirir forma y actuar. Cuando los hombres le damos derecho legal a los demonios para obrar en el mundo físico, ellos hacen acto de presencia. Si le cerramos las puertas, ellos tienen que permanecer en sus lugares de prisión, en los aires, buscando la manera de hacerse manifiestos, pero impedidos de hacerlo.
 
Los demonios no conocen nuestras intenciones, ellas están en nuestro interior, en nuestro carácter. Solo Dios penetra en nuestro interior y las conoce. Si Dios ve las intenciones de nuestro corazón, ¿qué pasa cuando son del dominio de Dios las malas intenciones que hay en nosotros?
 
En Dios no hay maldad. Por su propia naturaleza, por su carácter, Dios es bueno. El es bueno para con todos. Hace salir el sol para buenos y malos, y  no hace acepción de personas. Dios conoce las intenciones, y ¡qué bueno que las conoce!
 
Dios es Espíritu. A Dios nadie lo ha visto. Pero el Dios desconocido se reveló a los hombres a través de Jesucristo. Jesucristo es la imagen perfecta del Dios invisible, el ser mismo de Dios hecho hombre en la tierra. El es el Verbo encarnado. Y nos dejó su Espíritu, que moraba en El, para que podamos lidiar con nuestras malas intenciones. El Espíritu de Dios es el que nos convence de pecado. Cuando hay malas intenciones, habla por su Espíritu a nuestra conciencia, para que reconozcamos nuestra debilidad.

Mientras estuvo en la tierra, Jesús oró al Padre diciendo:” Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños. Si, Padre, porque así te agradó”.  (Mt.11:25-26) Y agregó:” Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre, y nadie conoce perfectamente al Hijo, sino el Padre, y ninguno conoce perfectamente al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo resuelva revelarlo. (…) Aprendan de mi, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas” (29).
 
Corazón abierto (II)
El salmo 51:5 dice:” Mira que en maldad he sido formado. Y en pecado me concibió mi madre”. Y en el verso 3:” Porque yo reconozco mis delitos. Y mi pecado está siempre delante de mí”. Nadie es completamente puro delante de Dios. El orgullo, el egoísmo, la avaricia, la vanagloria, la soberbia, las ambiciones desmedidas y los proyectos personales con propósitos equivocados nos alejan de su presencia.
 
Hemos sido concebidos en pecado. Así es, el pecado está siempre delante de nosotros mismos. ¿Cómo, pues, llegaremos, y veremos el rostro de nuestro Dios, si somos pecadores?
 
La respuesta es: por el Espíritu, el Espíritu Santo de Dios. Nuestra conciencia impura y nuestra alma cauterizada y dormida solo pueden ser transformadas y cambiadas por la presencia de Dios. Hay que acudir a las aguas de su perdón para encontrar socorro oportuno en el día de la prueba y para no caer en tentación y llegar a la maldad. Pero hay un punto de partida que Dios requiere de nosotros: el reconocimiento. Hay que aceptar las cosas que Dios pone en nuestro corazón como malas, recibirlas y estar dispuestos a renunciar a ellas. Aceptación, reconocimiento y renuncia son las claves del verdadero arrepentimiento.
 
La paga del pecado es muerte. Todo pecado tiene consecuencias inevitables sobre la persona, que solo Dios, por su bondad y su misericordia, puede borrar. La consecuencia del pecado es maldición sobre la vida del hombre. Pecar es hacer lo que a Dios no agrada. Pecamos aun con nuestros pensamientos. Jesús dijo, en Mt. 5:27-28:” Oyeron que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo les digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. La intención de pecar Dios la ve como el pecado mismo.
 
Las buenas intenciones se traducen en pensamientos de bien, en actitudes correctas, en hábitos y forma de vida encaminados a la búsqueda de la perfección. Si nuestra intención al hacer las cosas es engrandecernos a nosotros mismos, Dios lo sabe. Si buscamos honrarle a él, también lo conoce. Si le servimos, sabe si nuestra intención es buscar provecho propio, dinero, prestigio o poder.
 
Una buena intención no es suficiente. Dios nos llama a amar a nuestros enemigos, a bendecir y no a maldecir, a extender la mano al que nos ha ofendido. Es allí donde se ponen a prueba nuestras verdaderas intenciones. Hay que hacerlas evidentes a través de nuestros hábitos, nuestras actitudes y propósitos, por experiencia de vida. Pensamientos renovados para bien, propósitos correctos y estilo de vida bajo la perfecta voluntad de Dios nos llevarán a cambiar nuestro carácter.
 
Estos pensamientos, actitudes e intenciones se alojan en nuestra mente. Hay que cambiar de mentalidad cada día, renovarse cada día. El apóstol Pablo dijo en I Cor. 15:31:” Les aseguro, hermanos, que cada día muero”.
 
El apóstol Pablo no moría físicamente, moría a su propio yo, se crucificaba cada día en sus pasiones, gustos y deseos, para saborear la buena vida que hay en Dios.
 
Dios permite los procesos en nosotros para que podamos crecer. Sembramos una semilla de bendición espiritual cuando morimos a nuestro yo y dejamos que Dios llene el vacio de nuestro corazón. Las pruebas, las tribulaciones, los desiertos nos conducen a la verdad de Dios, son el motivo para convertirnos. Convertirse significa ser transformados a la imagen del varón perfecto en nuestra alma, en nuestra mente, en nuestro carácter. De la abundancia del corazón habla la boca y engañoso es el corazón del hombre, nos dice la Palabra. Podemos engañar a los hombres, aparentar bondad aunque no la sintamos, hacer creer cosas que no son, pero a Dios nunca lo engañaremos.
 
El profeta Ezequiel, hablando al pueblo de Israel, dijo:” Y volverán allí, y quitarán de ella todas sus idolatrías y todas sus abominaciones. Y les daré un solo corazón, pondré un espíritu nuevo dentro de ellos, y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis estatutos y guarden mis ordenanzas y las cumplan, y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios. Mas aquellos cuyo corazón anda tras el deseo de sus idolatrías y de sus abominaciones, yo les echaré su conducta sobre sus propias cabezas” (11:18-21).
 
¡Un solo corazón para amar al Dios vivo y verdadero, y a nadie más por encima de él! ¡Un solo corazón para arrancar de nosotros toda maldad y toda raíz de maldad! Dios lo ha hecho poniendo un espíritu nuevo dentro de nosotros, su Espíritu, que está dentro de todo aquel que recibe a Jesucristo en su corazón, para que podamos cumplirle y obedecerle. Su Espíritu en nosotros para crear un nuevo corazón, para no andar más en nuestras idolatrías, en adorar a otro ser que no sea el Dios creador de cielos y tierra.
 
Ese nuevo corazón es el tabernáculo escogido por Dios para establecer su morada, su reinado en la tierra: es el corazón del hombre humillado y arrepentido, quebrantado en su ser por la presencia de Dios en su vida, tocado por su mirada, que cubriendo su desnudez, y extendiendo su manto sobre él, hace de nuestro tiempo, tiempo de amores. Dios nos lava con agua viva por su Espíritu, nos purifica con su sangre y nos unge con aceite nuevo, vivificando nuestro espíritu, para que vivamos, no conforme a la carne, sino al Espíritu. Ez. 37:26-27 dice:” Y haré con ellos pacto de paz, será un pacto perpetuo con ellos; y los estableceré y los multiplicaré; y pondré mi santuario entre ellos para siempre. Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”.
 
Hay que acudir a ese nuevo tabernáculo, a la morada de Dios, con corazón abierto. Hay que abrirse por completo al Espíritu de Dios, para que podamos proceder con intenciones puras. Hay que arrepentirse día a día de nuestras malas intenciones, para que nuestro corazón pueda conectarse con el corazón puro, santo y sin mancha de Dios.
 
El Salmo 141:4 dice:” No dejes que se incline mi corazón a cosa mala”. Debemos pedirle a Dios que su Espíritu, el Espíritu Santo, nos ayude a no dejar que se incline nuestro corazón a la maldad.

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