martes, 2 de julio de 2013

UNA ESPERANZA VIVA EN UNA FLOR

Paciencia es la capacidad de tener constancia en el ánimo cuando se enfrentan problemas. Es aceptar con coraje y con valentía las situaciones que la vida y las personas nos presentan.
 
 
También, es la habilidad de soportar, de aguantar, sin llegar a la desesperación, permaneciendo con ánimo y constancia de propósito.
 
La Palabra de Dios, en I Pe. 1:3-5, dice:” Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia, nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para ustedes, que son guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el último tiempo”.
 
Renacemos, nacemos de nuevo, por la gracia de Dios Padre, al creer con el corazón en la resurrección de Jesucristo de los muertos, el Hijo de Dios.
 
Esta es una esperanza viva, que no muere, es una herencia pura y sin mancha, segura, que no se corrompe ni destruye, no se marchita ni desaparece ni muere, reservada en los cielos por el poder de Dios mediante la fe.
 
La salvación nuestra ya ha sido preparada. Se manifestará, llegará y no tardará, cuando lleguemos a su presencia, por la fe en Cristo Jesús, mediador del nuevo pacto de amor de Dios con los hombres. En los versos 6-9 dice:” En lo cual ustedes se alegran, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengan que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba su fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien aman sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo vean, se alegran con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de su fe, que es la salvación de sus almas”.
 
La paciencia que es por la fe produce fruto de salvación. Aunque estemos afligidos en diversas pruebas, hay que permanecer animados, alegres, para que el gozo de Dios sea cumplido en nosotros. Pr. 15:13 dice:” El corazón alegre hermosea el rostro. Mas por el dolor del corazón, el espíritu se abate”.
 
Las pruebas son la llama de fuego capaz de transformar nuestro carácter. Nuestro carácter es formado cuando  estamos siendo machacados, triturados por Dios.
 
No debemos ver el problema o tribulación como algo extraño. Al final seremos mejores. Si lo superamos, hay bendición tras la prueba.
 
La santidad no es una pose ni una imagen hecha por mano de hombres. Cuando salimos airosos de las pruebas, escalamos y ascendemos en el mundo espiritual, y ese crecimiento hacia la madurez es santidad, la cual será hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo.
 
A Dios nadie lo ha visto, pero el ojo de la fe es lámpara en nuestro caminar. Jesús dijo:” Nadie, cuando enciende una lámpara, la pone en sitio oculto, ni debajo del almud, sino en el candelero, para que los que entran vean la luz. La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está lleno de luz, pero cuando tu ojo está enfermo, también tu cuerpo está en tinieblas. Mira, pues, que la luz que en ti hay, no sea tinieblas. Así que si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor” (Lc. 12:33-36).

 
Estamos llamados a ser luz del mundo, llenos de luz, portadores de la gloria de Dios. Cuando recibimos el azote de las pruebas, no hay que relinchar como los animales, renegando de Dios y buscando culpable.
 
Hay que mirar que la luz que hay en nosotros, no sea tinieblas. La actitud con que asumamos y enfrentemos las pruebas, establecerá la diferencia en nuestro destino en Dios y nuestra felicidad en la tierra. Si nos hacemos sensibles al Espíritu, la llama de fuego del amor de Dios encenderá la esperanza viva que es por la fe. Mas si criticamos, nos quejamos, nos desesperamos y enarbolamos la bandera de la derrota, caeremos dando parte a las tinieblas, abriéndole puertas.
 
El hombre de fe está consciente que el reino de Dios se ha acercado a la tierra para que heredemos las promesas y seamos coherederos de la gracia de Dios manifestada en Jesucristo. Hay que mantener encendido el candelero, para que los que entran vean la luz, con ojos de fe abiertos en medio de circunstancias adversas. Quien ha vencido las pruebas tiene experiencias de vida, que lo llevan a la madurez. Quien ha pasado por situaciones y sale victorioso, es más fuerte ante los problemas que aquel que no ha sufrido dificultades.
 
Jer. 17:7-8 dice:” Bendito el hombre que confía en el Señor, y cuya confianza es el Señor. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, y que junto a las corrientes echa sus raíces, y no teme la venida del calor, sino que su follaje estará frondoso, y en el año de sequia no se inquietará, ni dejará de dar fruto”.
 
No hay que temer la venida del calor, del fuego de las pruebas. No se inquiete ni se turbe tu corazón en medio de la sequedad, que conectado a las fuentes de agua viva caminaremos engrandecidos, en bendición.
 
Si permanecemos atados por completo a la fuente de vida, no dejaremos de dar fruto, fruto de vida abundante.

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