Dr. Nestor Saviñon
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No existe un
estado reputado como tal, si no posee una normativa que permita su regulación e
integración. Esa normativa, que además consagra derechos ciudadanos y deberes
diversos se denomina Constitución o Carta Magna.
Si no tiene
este corpus, puede ser que estemos ante un pueblo con un territorio, puede ser
que estemos ante un conglomerado humano, pero no ante un ente jurídico
reconocido por sus iguales que conocemos como Estado.
En un lejano
día 6 de noviembre del año 1844, un grupo de ciudadanos que representaban a los
distintos estratos sociales de la naciente República Dominicana, constituidos
en Asamblea Constituyente en la ciudad de San Cristóbal, deciden enviar al
idioma español, la cultura y tradiciones vernáculas y el liberalismo jurídico
adoptado por nuestros primeros políticos al campo de batalla contra el invasor haitiano y contra cualquier otro
que se atreviese a combatir en contra nuestra en un futuro.
En el mismo
Corpus Constitucional se encuentran las esencias primigenias, el corazón, el núcleo
duro de la dominicanidad, ya que se nos definió, y se dio forma humana,
jurídica y severa a los anhelos que terminaron con los hechos de la noche del
27 de febrero de ese mismo año heroico, sirviendo de referente histórico, legal
y espiritual, ya que nos permite hacer una prospección a futuro y a pasado, es
decir, nos indica quienes fuimos, qué somos y donde vamos o queremos llegar
como nación.
En ella
quedan plasmados nuestros derechos y deberes, convirtiéndose en nuestro
contrato social, es decir, nuestro acuerdo tácito con los gobernantes que
elegimos para organizar la nación, estableciendo nuestras obligaciones y
atribuciones, que deben ser reconocidos por los órganos estatales, y la
constitución deviene en el freno original contra las iniquidades del Poder.
Ciertamente,
aún estamos lejos de poder cumplir plenamente la Constitución, y algunos
capítulos parecen escritos para otra sociedad, pero eso mismo deviene en un
reto, que es legarle a nuestros herederos, materiales y espirituales, de un
país mejor al recibido por nosotros con lo que Dios y los hombres nos legaron,
basando esta mejoría en el respeto a los derechos de todos, y en la persecución
del crecimiento material y espiritual de todos los ciudadanos.
Y es mi voto a futuro que podamos cumplir con
esa meta, la de legarle un mejor país a las futuras generaciones, ya que eso asegurará que todos los hijos de esta
tierra vivan en dignidad y dispuestos a trabajar y luchar por su patria y el
lábaro tricolor ante todo percance o agresión.
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