viernes, 17 de enero de 2014

EDIFICANDO SOBRE ROCA

Ing. Juan Betances

Todo ser humano sobre la tierra anhela encontrar seguridad, sentido y significado a su vida. La gente busca una vida en las mejores condiciones posibles, para satisfacer sus necesidades más profundas. Hoy vengo a hablarte sobre cómo edificar una vida con respuesta y con fundamento sólido, capaz de encontrar la verdad que todos ansiamos encontrar.

Hay personas que creen que por simplemente buscar del mundo espiritual se están acercando a Dios. En el mundo espiritual hay dos caminos, dos dominios, dos poderes: el de Dios y el de fuera de Dios, que es el de Satanás y sus demonios. Una vida diseñada fuera del Dios vivo y verdadero es una vida vacía, sin sentido, carente de la vida de Dios; es una vida destinada a perdición, orientada a la maldad y la maldición. Caminar por la vida alejado de Dios no tiene sentido alguno para el hombre. Vivir fuera de Él crea un vacio, una carencia, una falta de respuesta que nada ni nadie puede llenar.

El fundamento es Cristo (I)
Dice la Biblia que a Dios nadie lo ha visto, pero el que conoce a Jesucristo ha visto a Dios. (Cfr. Juan 1:19) Muchas personas han oído hablar de Jesús y hasta pueden responder: “oh, sí, Jesús, es el Hijo de Dios”. Pero si le preguntamos si Jesús es Dios hasta te dicen que no, Dios es otro personaje, que vive en los Cielos. Y Jesús es otro ser diferente, que hasta saben que murió en una cruz, porque lo han oído decir, y saben  que resucitó. Sin embargo, Jesús dijo: “El Padre y yo somos uno” (Juan10:30), dando a indicar que Dios y él son el mismo ser.

Quien conoce a Jesús encontró a Dios. Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura, la divinidad hecha carne. Jesús le dijo a Felipe cuando le pidió que le mostrara al PADRE:” Tanto tiempo estoy contigo, ¿y no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Cuando los apóstoles fueron llenos del Espíritu Santo, enseñaban sobre este Jesús por todas partes, siendo testigos de su resurrección. Las autoridades romanas y los miembros del sanedrín los acusaban de enseñar en el nombre de ese tal que, según decían, estaba vivo, y no querían que mencionasen su nombre en público, al decir:” ‘¿No le mandamos estrictamente que no enseñasen en ese nombre? Y ahora han llenado a Jerusalén de su enseñanza, y quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre’.

Respondiendo Pedro y los apóstoles dijeron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien ustedes mataron colgándolo de un madero. A este Dios lo ha exaltado con su diestra por Jefe y Salvador, (…) Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hch. 5:28-32).

El mundo occidental ha oído hablar de Jesucristo, pues solo basta con enumerar la fecha en que estamos y hay que decir después de Cristo. Ahora bien, ¿cuántos han recibido a Jesús y lo han reconocido como Dios, entregándole sus vidas por completo, y reconociéndolo por Señor y Salvador, como ocurría con los primeros cristianos? ¿Es haber oído de Él lo que cuenta para su reconocimiento como Dios, que tiene parte en nuestras vidas?

Si Jesús resucitó (de lo que hay pruebas históricas, testimonios valederos, evidencias irrefutables), entonces Dios existe y no hay dudas de que está vivo, PORQUE VENCIO A LA MUERTE Y LA MUERTE NO TIENE PODER SOBRE Él. Y si está vivo, la manera de conocerlo es a través del Espíritu Santo, que es el mismo Espíritu que existía en Él. Este Espíritu Santo ha sido enviado a nosotros, y habita en el corazón del que cree en su nombre y le recibe,  y  es dado como don,  a los que le  creen y lo confiesan. Para conocer a Dios, entonces, hay que nacer de nuevo por el Espíritu, de manera que el Espíritu de Dios venga a morar en nosotros y la fuerza de su poder cambie y transforme nuestras vidas a su imagen. Haber escuchado de Jesús no basta ni es suficiente: hay que conocerlo primero, por experiencia de vida.

Una vida bien edificada (II)

Mucha gente anda buscando solución a sus problemas, respuesta a sus necesidades; quisieran que Dios atienda sus situaciones, y les ayude. Mientras más alejados de Dios están, más piden a otros que oren por ellos. Es imprescindible creer que Él puede hacerlo, pero creerle es invitarlo a quedarse junto a nosotros, en nuestra casa, en el lugar secreto de nuestro corazón. Un Dios alejado, que nada tiene que ver con nosotros, que no forma parte de nuestras vidas, no puede dar la respuesta que el hombre necesita. A Dios hay que invitarlo a que sea parte nuestra aquí en la tierra. Cuando hacemos eso, entonces el reino de Dios llega a nuestras vidas.


Jesucristo tiene poder para resolver todos nuestros problemas, pero la forma de atraerlo es invitándolo a que asuma el control de esta habitación temporal que ocupamos en este cuerpo terrenal, para adquirir el derecho a una habitación reservada en los Cielos, y a una vida abundante y de bendición en la tierra de los vivientes. El reino de Dios no llegará a la tierra si no permitimos que lo sobrenatural de Dios actúe, dando la respuesta que necesitamos, en su oportuno momento, conforme a su voluntad. Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. La Verdad es Jesucristo. Y la riqueza de su gloria está manifestada a nosotros por el Espíritu.

El alimento de nuestras vidas es Jesús. El es el pan vivo bajado del Cielo. Cuando reconocemos que la Vida está en Jesús, los ojos nuestros se abren. No necesita estar mostrándose a nuestros ojos para que le reconozcamos. Reconocer a Jesús significa conocerle, al nacer de nuevo cada día por el espíritu, como alimento de vida, que salta a vida eterna. Esta es la vida verdadera. La buena vida es la vida eterna. Esta vida terrenal solo es buena cuando el reino de Dios llegue a nosotros, porque le reconozcamos a Él. Hay que vivir para vida eterna, pues ésta que vivimos es pasajera, temporal.

El fuego arde en nuestros corazones cuando escuchamos las palabras de Jesús y las Escrituras nos son reveladas. Cuando actuamos con fe, con fe verdadera, robusta, fuerte, sin desperdicios, con fe de reino, Dios tiene siempre la respuesta. Entonces, vemos que resuelve de manera tan sencilla las cosas que a nuestros ojos naturales parecen grandes. Este género de fe solo la pueden alcanzar los verdaderos adoradores, los que adoran a Dios en espíritu y en verdad. Nuestra fe, la fe cristiana, descansa en un Dios vivo. Jesús de Nazaret es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación, porque por él fueron creadas todas las cosas. (Cfr. Col. 1:15-16)

Edificando una vida para Dios (III)
No hay persona alguna sobre esta tierra que no quiera vivir cómoda, en salud, en prosperidad. Todos anhelamos una vida plena y sin tener que esforzarnos mucho. Esto es lo normal y corriente. Sin embargo, resulta que lo que al hombre parece el medio normal, natural, común para obtener las grandes cosas, es opuesto a lo que Dios propone.

Cuando alguien te ofende, Dios te dice: Mía es la venganza, no dice búscate un abogado. Aunque alguien te haya ofendido, te llama a perdonarlo siempre, a amar a los enemigos, a bendecir y no a maldecir. En cuanto a dar, nos invita a dar sin esperar nada a cambio. En cuanto a la fe, dice que bienaventurado es el que cree sin haber visto. Respecto a los impuestos, dice que demos al César lo que es del César. En cuanto a las riquezas, dice que un hombre no puede recibir nada si no le es dado del Cielo. El dijo: No teman, yo he vencido al mundo.

Lo que el mundo nos dice es: Si te hacen daño, ¿vas a quedarte tranquilo y no te defenderás? ¿Vas a dar lo tuyo, estás loco?  “Yo creo lo que veo”. O te dice que si lo puedes evitar, no pagues impuestos. O te dice:”el que se fue a la tumba, ahí mismo se enterró”. O “hay que disfrutar de la vida, porque eso es lo único que uno se lleva cuando se muere”. Jesús dice:”Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mi aunque haya muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25-26)Y también dijo:”Yo soy el Buen Pastor. Yo soy la puerta de las ovejas.(…) El que viene a mí, ya no tendrá ni más hambre ni mas sed” (Juan 10:7,14).

Cuando renunciamos a lo que poseemos y se lo entregamos a Dios, cuando somos capaces de despojarnos de todo lo que a Dios no agrada, cuando rendimos nuestra voluntad, muriendo a nuestro yo, un nuevo ser nace, una nueva criatura es engendrada en el espíritu, con vestiduras resplandecientes, blancas, transparentes, con poder y autoridad capaz de romper los límites de su mente, de transformarse, de cambiar de rostro, de transfigurarse a la imagen de gloria de Dios por el Espíritu.

El toque de la presencia de la gloria de Dios transforma nuestro ser cambiando nuestras vestiduras por vestiduras de pureza y santidad. A ese nuevo ser, el Espíritu Santo le cambia las vestiduras, por vestiduras de santidad, de pureza, lavadas por la sangre del Cordero, tan blancas que este mundo no puede lavarlas así (Mr. 9:3). Nace un nuevo amor en nuestro interior, capaz de reunir todos los colores de la vida en un solo color: la imagen incontaminada, pura, sin mancha de la gloria del Dios Omnipotente, del amor eterno de Dios. Según los físicos, el blanco es la reunión de todos los colores. Dios pone todo en nosotros para revestirnos de su pureza y santidad.

“No se turbe su corazón; creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo se lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para ustedes” Jn. 14:1-2. Dios Padre ha preparado morada en los cielos para sus hijos, los que creen en Jesús, quien está sentado a la derecha del Padre intercediendo por nosotros. ¿Para qué turbarse, para que angustiarse o preocuparse, si nuestra fe es segura ancla del alma? Cada día es una nueva enseñanza para deleitarse en Dios. El Espíritu Santo endereza nuestros pies y trae el convencimiento a nuestro corazón, para alinearnos a la perfecta voluntad de Dios. Un árbol de buenos frutos se da a conocer cuando somos portadores de la gloria de Dios, al conectarse a la vid verdadera. Las raíces de este árbol bueno y frondoso están cimentadas sobre raíces fuertes, sobre el resplandor de la gloria de Dios. El prepara nuestros pies para la batalla, y nos da nuevas fuerzas, endereza nuestro caminar y por las alturas nos hace volar.

Edificando sobre roca (IV)
El hombre sabio edifica su vida en Dios, para Dios y sobre la roca firme, Jesucristo. “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca”. Mt. 7:24  Si nuestra mirada está puesta en el Altísimo, centrada en Dios, con fe enfocada, por la búsqueda de su reino y su justicia, él sostiene nuestra vida y nos sustenta como buen Padre. Nada nos falta.

Bajo su dependencia, estamos en las mejores manos. Las añadiduras nos caen como bajadas del cielo. Nuestro edificio no se caerá ni se moverá. Aunque vengan las tempestades, los torrentes de agua, aunque bramen los ríos y sus afluentes, estaremos firmes y tranquilos, nada nos preocupará ni nos quitará el sueño, nada nos hará temblar. El huracán, por más fuerte que sea, no nos moverá. Saber cómo edificamos en Dios, solo el Espíritu Santo puede hacer esta maravilla. Dejarse guiar de Dios, dejarse dirigir, aprender de su Espíritu enseñanzas nuevas cada día, es algo fabuloso, extraordinario. Cuando construimos una vida para Dios, la carga se nos hace ligera, el equipaje no pesa. En la arena no hay soporte, su fundamento no tiene consistencia.

El pecado nos hace creer que seremos felices, que nos irá bien, pero es pasajero, y su destino final es de perdición. Por eso hay que preguntarse cada día, ¿dónde está construida mi casa?, ¿Dónde estoy parado, en roca firme o en arena? “¿Por qué me llaman, Señor, Señor, y no hacen lo que yo digo? Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca”. Lc. 6:46-48 

Dios quiere un pueblo bien cimentado, bien arraigado de su presencia, fundadas sus bases sobre Jesucristo. Quien tiene una vida comprometida para Dios, no se cae fácilmente. Sus anhelos, su visión, sus planes, sus deseos, sus ilusiones, sus esperanzas están establecidas, bien arraigadas sobre cosas duraderas y no pasajeras, con fuerte base para prosperar y florecer. En el lugar de Dios y viviendo bajo su cobertura, en su habitación, nuestros planes se cristalizan, hay avance en ese lugar. Fuera de Dios, por más que digamos y tratemos, edificamos sobre lo terrenal, sobre lo no seguro. Edificar sobre Jesús es garantía de vida, es seguridad de salvación. ¿Para qué dirigir nuestra mirada hacia donde no sabemos lo que va a pasar, si con Cristo sabemos nuestro destino final? “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días”. Salm. 23:6

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