Pastor Luis Reyes |
DEL VALOR DE
LOS SUEÑOS
Soñar es un
recurso gratificante que Dios le ha dado al hombre, para darle significado a su
arduo trabajo en la lucha por un destino, a favor de su proyecto de vida. El
ideal para los justos es conectar el corazón con el corazón de Dios, ligar los
sueños con los sueños de Dios. Poner fe a los sueños, activa la visión de
destino, lo que nos empuja hacia un futuro esperanzador. La diferencia entre
los sueños y la realidad es el auxilio de Dios en Cristo, y el esfuerzo y
sacrificio del creyente a favor de realizaciones.
Nada de valor
ocurre sin un sueño. Para que algo grande suceda, se necesita también un gran
sueño (Robert Greenleaf). Agárrate firme de tus sueños cuando se te quieran
morir o se te quieran ir. Maxwel dice: “Un gran sueño con un equipo de trabajo
equivocado produce una pesadilla”. El equipo de un líder debe ser del tamaño de
su sueño. Es mejor tener un buen equipo para un sueño pequeño, que un gran
sueño con un equipo deficiente. Es necesario poner mucha atención al sueño y al
equipo de apoyo (en la iglesia, familia y empresa). Todo sueño amerita de una
visión, aunque la visión es un deber en el creyente cuando florecen los sueños.
LOS SUEÑOS EN
LA BIBLIA
La Biblia
habla del sueño en diferentes sentidos. El sueño fisiológico, que lo registra
por primera vez Gn. 2:21. La legislación mosaica, al reconocer que el sueño
es necesario para reponer las fuerzas,
establecía que no se podía privar de su ropa al pobre para que se cobijara
durante el sueño (Ex. 22:27 y Dt. 24:10-13). Dios estableció el sueño en el
hombre para su descanso (1R. 18:5, 19:6 y Lc. 22:46). En sentido figurado
significa la muerte (Dt. 31:16 y 1R. 4:43); y la pereza espiritual (Mc. 13:35,
Rm. 13:11 y Ef. 5:14). También, se cuentan los sueños que han llamado
poderosamente la atención de los pueblos de la antigüedad. Los hebreos los
consideraban como medio de la manifestación de la voluntad de Dios con respecto
a los hombres y como predicción de hechos futuros, siendo una vía de
comunicación entre Dios y su pueblo (son los sueños proféticos).
Aunque los
sueños no se emplean en la Biblia para manifestar verdades de la fe, ni
doctrinas de teología fundamental, más bien tienen carácter personales, de
anuncios de sucesos de significación política y económica. Los sueños
proféticos están presentes tanto en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Pero hay
otra clase de sueños: son los que tienen la gente con los ojos abiertos. Los
sueños comprenden metas por alcanzar que se alimentan de la pasión y la visión
de los anhelos de ir adelante y alcanzar metas previamente determinadas.
El Espíritu
Santo inspira los corazones de los cristianos para soñar despiertos, en
progreso y alcanzamiento de lo que queremos ser y llegar a realizar. En cambio,
el que no sueña para bien, no vive, solo existe: soñar para pasar de lo bueno a
lo mejor, de lo malo a lo bueno y de lo difícil a lo viable. Hay una diferencia
entre nuestros sueños y la realidad. Los sueños son altos, grandes y cargados
de cosas buenas; en tanto que, la realidad es estrecha, acuciante y deprimente,
muchas veces. Nos presiona a desear un cambio definitivo en nuestras vidas.
Para alcanzar los sueños, hay que tener un plan piloto de visión clara, un
accionar y perseverancia. Sobre todo, la dependencia de Dios y la entereza de
corazón, en pos de lo que queremos ser y alcanzar, harán realidad nuestros
sueños. Un gran ejemplo del proceso de madurez de un sueño: inicia, se
desarrolla y, cuando estamos preparados para recibirlo, entonces Dios lo pone
en nuestras manos.
EL EJEMPLO DE
ABRAHAM, SOÑAR EN FE
En Gn. 12:1-3
hay una palabra profética para un soñador; una palabra de cambio, dinámica,
desafiante y de movimiento. Dios le dijo a Abram: vete de tu tierra, vete de tu
parentela, vete de la casa de tu padre, de la tierra de los parientes y de la
casa de tu padre. Le prometió: a) Haré de ti una nación grande. b) Te
bendeciré. c) Engrandeceré tu nombre. d) Y serás bendición. e) Bendeciré a los
que te bendijeren, a los que te maldijeren maldeciré. f) Serán benditas en ti
todas las familias de la tierra.
Salió de Ur
de los Caldeos hacia Canaán, llegando primero a Harán, de Siria (1,600 Kms.),
obedeciendo el sueño de Dios para él (Gn. 12:4-9), que se convirtió en el sueño
de Abram (Gn. 15:7). A toda la tierra que ves, te la daré a ti y a tu
descendencia para siempre (13:15); haré tu descendencia como el polvo de la
tierra: si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia
será contada (13:16). “Y los llamó fuera, y le dijo: mira ahora los cielos, y
cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: así será tu
descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (Gn. 15:5-6).
Luego vino el pacto de la circuncisión (Gn. 17), la promesa de un hijo (Gn 18),
honrado por Dios frente a Abimelec (Gn. 20), nacimiento de Isaac (Gn. 21),
obediencia demostrada al sacrificar a Isaac simbólicamente (Gn 22), promesa
poderosa (Gn. 22:17-18), éxito de buscar esposa para Isaac (Gn. 24). El
resultado es real en la historia de la salvación. Mantén tus sueños: no te
canses de soñar. Ve adelante, no te derrumbes.
Dios habló
con él diciendo:” he aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de
gentes. Y no se llamará mas tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham,
porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes” (Gn. 17:4-5). Dijo
también Dios a Abraham: Sarai tu mujer no la llamaras Sarai, mas Sara será su
nombre. Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo, si la bendeciré, y
vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán a ella (Gn. 17:15-16).
En el proceso de la búsqueda de realización de su sueño, su nombre fue cambiado
por Dios: de Abram, que significa “padre enaltecido”, al de Abraham, cuyo
significado es “padre de multitudes”; y a su mujer: de Sarai, a Sara que
significa “princesa”.
Otras etapas
que vivió Abraham de su anhelado sueño fueron: el pacto de la circuncisión (Gn.
17); la promesa de un hijo heredero (Gn. 18)’ fue honrado por Dios frente a
Abimelec (Gn. 20); nacimiento de Isaac (Gn. 21); obediencia demostrada (Gn.
22),
“al
sacrificar a Isaac simbólicamente, agrada a Dios y recibe promesa poderosa”
(Gn. 22:17-18), y el éxito de buscar esposa a Isaac (Gn.24). En Abraham tenemos
el noble ejemplo de que, cuando Dios es el fundamento de nuestros sueños, el
triunfo en Cristo Jesús es absolutamente seguro y gozamos la realización de
nuestros sueños.
Cuando
descansamos en las fieles promesas del nuevo pacto en Cristo Jesús, el Espíritu
Santo llena de paz nuestros corazones, y el alma descansa, porque sabe que Dios
cumplirá, y veremos lo prometido cumplido. Dios honró la fe de Abraham. Por tal
razón en el salón de la fama de los grandes de la fe, lo declaró “Padre de la
fe” (Rm. 4:1-25 y Heb. 11:8-19), lo que significa que la fe pro-activa, que se
separa de la fe muerta de Santiago 2:26, es absolutamente determinante en la
realización del sueño de alcanzar nuestro destino marcado. Además, sin fe es
imposible agradar a Dios. Los sueños se cristalizan con la acción de la fe
viva.
La
perseverancia de los santos es una gracia concedida por el Padre, a través del
Señor Jesucristo, por su triunfo en la obra de la redención. Alcanzar nuestros
sueños en el nuevo año, no se logra con la inconstancia del hombre de doble
animo de Santiago 1:8, sino con el carácter, templado y perseverante de Cristo,
nuestro dechado. Perseverando con firmeza y trabajando duro, es como se
alcanzan los sueños. Por su fe en Dios, Abraham fue llamado amigo de Dios
(Sgo.2:23). Pero la vida de fe de Abraham conllevó muchos sacrificios. Todo lo
valioso demanda sacrificio para obtenerlo. No hay nada excelente que sea fácil
de alcanzar.
Abraham no
fundó ninguna ciudad: habitó en tiendas, en Canaán, como extranjero; porque
esperaba la ciudad que tiene fundamento, cuyo arquitecto y constructor es Dios
(Heb. 11:9-10). Significa que tenía la mirada en su destino profético: la
ciudad de Dios. Lo que define que, los sueños de Abraham, eran muy grandes y
altos. Con absoluta certeza, sabía lo que buscaba: alcanzar una nueva visión
para nosotros. Tal como Abraham ayudó a su sobrino Lot a alcanzar sus sueños, a
cercano y mediano plazo, ya que prosperó abundantemente a su lado (Gn. 13:1-5),
así también, los cristianos de estatura espiritual, estamos comprometidos con
el Señor, a ayudar a otros a realizar sus sueños.
Para alcanzar
nuestros sueños, necesitamos un plan, que responda a una visión clara de lo que
nos proponemos, de lo que queremos lograr, del cómo lo alcanzaremos, la
evaluación de los costos emocionales, de los sacrificios, esfuerzos y
constancia de trabajo duro y posteriores resultados, así como de tiempo a invertir.
Ese plan piloto, no permitirá desenfoque ni pérdida de tiempo, vacilación, ni
indecisión: es el guión de la visión, que motorizará nuestros sueños.
VISIÓN DEL
NUEVO AÑO
Es un año
para que los creyentes sinceros sean levantados, consolados y retribuidos con
abundancia de bienes, para ser recompensados por Dios en Cristo. Después de
haber sido atacados, tentados y asediados por fuerzas espirituales de la
maldad, y nos hemos mantenido fiel y perseverante, el Espíritu Santo nos ha
dado la fuerza para aguantar y soportar. El Señor nos recompensará en este año
con paz, con gozo, con nuevos tiempos, con espíritu de poder y gracia. Mira el
nuevo pacto y el sello de la sangre inmaculada del cordero de la expiación
eterna.
Es un año
para crecer, para aumentar, para producir, para soñar y ver los sueños
convertirse en realidad. Es el tiempo de actuar en fe (Sal. 119:126), tiempo de
hacer lo nunca hecho, de ver lo nunca visto, de obedecer como nunca antes, de
fundir nuestros anhelos con los latidos del corazón de Dios, como dice el
cantor sagrado. Es el tiempo del mover, del avivamiento, de la creatividad, del
fluir de justicia, de la sabiduría espiritual, de la ciencia y del mover en
libertar del Espíritu. Tiempo de extensión y cambio, de amplitud, de radiación
y movimiento.
Nuestros
sueños mas nobles en el nuevo año conllevaran empeño, entereza y sacrificio; y
seguro que contara con el respaldo de Dios en Cristo Jesús, y nos gozaremos y
alegraremos.
REFLEXIÓN FINAL
Nada ocurre
de valor sin un sueño; para que algo grande suceda, se necesita un gran sueño
(Robert Greenleaf). Los sueños se distinguen de la realidad en que se salen de
lo ordinario, lo común y de la rutina. Los sueños son altos, grandes y llenos
de todo lo bueno que el soñador espera. Dios nos ha traído a Cristo para
convertirnos en hombres y mujeres soñadores de lo bueno, de lo que bendice, de
lo que alegra y regocija el alma. Un gran ejemplo del proceso de madurez de un
sueño: inicia, se desarrolla y se alcanza cuando estamos preparados para
recibirlo; es cuando Dios lo pone en nuestras manos. Sigamos siendo fieles al
Señor. No renunciemos a nuestros sueños, no nos cansemos de tener fe en un
mejor mañana en Cristo. Para aquellos que no han hecho su pacto de fe, dale
vida a tus sueños tronchados, aceptando a Cristo como Salvador personal.
Cambiará tu todo, te dará un nuevo significado en la vida: ¡recíbelo hoy!
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