Lic. Miguel Matos |
No es extraño
oír a personas decir que para ser feliz lo único que se necesitan es tener
mucho dinero y disfrutar de los placeres que ofrece la buena vida y luchan, a
como dé lugar, sin tener en cuenta a Dios,
por obtener riquezas no importando los medios, legales o ilegales, que utilicen para lograrlo.
Sin embargo,
para muchas personas es inexplicable que hombres con grandes fortunas, es
decir, millonarios se quiten la vida, al darse cuenta que en su corazón hay un
vacío tan grande que no lo llena el dinero y caen bajo un estado de depresión y
ansiedad que los lleva al suicidio.
El suicidio
de millonarios se extiende como una plaga por las principales economías de
Europa. Un envidiado magnate irlandés amigo de Clinton es la última víctima. El
millonario Patrick Rocca era un personaje envidiado en Irlanda. Con una mansión
a las afueras de Dublín, un lujoso chalet en Marbella y una fortuna estimada en
500 millones de euros, el inversor inmobiliario era la imagen del éxito. Su
helicóptero estaba a disposición de Bill Clinton, cuando el expresidente
estadounidense viajaba a la isla; entre sus amigos se contaban personajes de la
política, el deporte, las finanzas y el mundo del espectáculo.
El cadáver de
Rocca fue encontrado en el jardín de su mansión, se había disparado un tiro en la cabeza.
Tenía 42 años. La Garda, la policía irlandesa, habló respetuosamente de
"una tragedia personal". Rocca es de momento la última víctima de una
epidemia internacional de empresarios e inversores que han puesto fin a sus
días, arrastrados por el desplome de la banca y los mercados.
Si Rocca ha
puesto rostro a la crisis irlandesa, Adolf Merckle, que se suicidó meses
después, lo puso a la alemana. Merckle
era un magnate de 74 años y figuraba en el puesto 94 de la lista de los hombres
más ricos del mundo, optó por arrojarse a las vías de un tren. Discreto y con
fama de tacaño, vivía dedicado a los negocios, lejos de las cámaras y la
farándula. Durante cinco décadas había construido un imperio, valorado en
97.122 millones de euros, con intereses en la industria farmacéutica, el
cemento y la maquinaria.
El mismo día
en que murió Merckle, Steven Good, el presidente de una de las inmobiliarias
más importantes de EEUU, fue hallado dentro de su Jaguar, en otro aparente
suicido. Dos semanas antes, el financiero francés, René-Thierry Magon de la
Villehuchet, echó el cerrojo a la puerta de su despacho en Nueva York y tras
tomar unos somníferos, se cortó las venas. El cofundador de la firma de
inversiones Access Internacional Advisor había confiado más de 1.000 millones
de euros de sus clientes al estafador Bernard Madoff.
Poco
después, había sido Eric von der Porten,
jefe de una gestora de fondos estadounidense gravemente endeudaba, quien se
suicidaba en su casa de San Francisco.
El millonario neozelandés afincado en Inglaterra Kirk Stephenson,
director de operaciones de una compañía de inversiones, afectada por la quiebra
de Lehman Brothers, el conocido profesional de la City, pereció arrojándose a
un tren. A la lista negra, hay que añadir tres analistas e inversores
estadounidenses, Barry Fox, Edwin Rachleff y Scott Coles, que no soportaron ver
la ruina de sus respectivas empresas y clientes.
Por otro
lado, el deseo de riqueza fácil y sin esfuerzo, fruto del abuso, del despojo y
de la "viveza criolla”, esa es la
semilla espiritual de la corrupción en nuestra América Latina. Pese a todas
esas tragedias, el hombre sigue
"amando el dinero"; y, ese perverso y disfrazado amor al dinero,
"a la platita", pervierte, destruye y ensucia el corazón del hombre,
que busca "el dinero", la platita, desesperadamente como poseído de
una fiebre, creyendo que tener más dinero, traerá la solución a todos sus
males: Dinero, el "dios" que todo lo puede…
No en vano la
sabia Palabra de Dios: la Biblia, nos enseña que detrás de esa obsesión por el
dinero, se esconde un poder demoniaco llamado "mamón" que es el
principal enemigo del "Reino de Dios" y que cuando recibe culto y
honor, hace imposible que se crea, sirva, siga u obedezca al Verdadero Señor
del Universo, al DIOS Creador eterno, porque la seducción de "mamón"
es tan fuerte, que ciega los sentidos y esclaviza a los hombres.
En su culto a
"mamón", el hombre solo piensa en tener platita en cantidades,
pasando por encima de cualquier principio, persona o de cualquier cosa que se
interponga en el camino, corren tras de este exigente y esquivo "dios
dinero", a quien adoran con frenesí, irracionalmente, con locura y sin
descanso, poniendo en el altar del sacrificio al “dios dinero”, la salud, la
alegría, amistades y la familia, entregando cualquier cosa con tal de ser
colmados de billetitos… mejor si son verdes.
El "dios mamón" enceguece y engaña, para que amemos al
dinero...
Jesucristo
advirtió a los suyos que se guardaran de los afanes de la vida, de la
preocupación por la comida y el vestido, el techo y las necesidades básicas; de
esas "preocupaciones" que terminan convirtiéndose en una carrera
hacia "mamón" (el demonio del dinero y la riqueza). También previno:
"Ninguno puede servir a dos señores, porque siempre tendrá preferencia de
uno sobre el otro, no pueden servir a Dios y al dinero (otro dios)”, (Mateo 6:
24) y continúa diciendo: "Busquen primero
el reino de Dios y la justicia del reino y todas las demás cosas, serán
añadidas” (Mat.6:33).
Alguien dijo
que el avaro, más que dueño del dinero, es esclavo de lo que posee, no reconoce
el dinero como un medio sino como un fin, goza con la acumulación porque eso le
hace sentirse poderoso, su mayor deseo es el dominio: el poder sobre los demás.
Está claro
que lo que prima es el equilibrio, pero el mundo en su frenética trayectoria
hace que todas las circunstancias tanto personales como externas al ser humano,
formen seres llenos de ansiedades que pisoteen, avancen sin mirar, destruyan
--- a cualquiera que se ponga a su lado por el simple hecho de pensar sólo en
sí mismos y por consiguiente de controlar a los demás --- lo hacen por el
dinero. El dinero hizo posible al político, el político a sus cómplices, sus
cómplices a los economistas, y estos últimos, por su parte, destruirían
naciones. Concluíos, que el que tiene a Cristo lo tiene todo, el que no tiene a
Cristo, aunque posea todos los millones del mundo, no tiene nada. Esa es la
experiencia del cristiano verdadero, que disfruta de las enriquecedoras
bendiciones divinas, tanto espirituales como materiales.
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