Pastor Juan Betances |
El rey
Salomón escribió Cantar de los Cantares a una de sus doncellas como un anuncio
profético del amor de Cristo hacia su esposa, la Iglesia. Se presume que
Salomón era muy enamorado. Esta bella canción amorosa alude a la novia adornada
por la gracia del Creador, la Iglesia, enaltecida y ataviada por el amor
inconmensurable de su esposo, Cristo. En el Cap.
2:10-14 dice: 0 Mi amado habló, y me dijo: Levántate, oh amiga mía, hermosa
mía, y ven. 11 Porque he aquí ha pasado el invierno, Se ha mudado, la lluvia se
fue; 12 Se han mostrado las flores en la tierra, El tiempo de la canción ha
venido, Y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola. 13 La higuera ha
echado sus higos, Y las vides en cierne dieron olor; Levántate, oh amiga mía,
hermosa mía, y ven. 14 Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo
escondido de escarpados parajes, Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; Porque
dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto.
Durante este
tiempo se celebra la Navidad o Natividad, el nacimiento del Señor. Se habla del
“espíritu de la navidad”, que, tal como es entendido y celebrado, induce a las
personas a entregarse a los placeres, pasiones y deseos de este mundo, a través
del desenfreno y el desorden de vida. Es un espíritu falso, inmundo, porque, en
nombre de una falsa alegría, se convierte en
una combinación de compras compulsivas, comida en exceso, bebida
descontrolada, bonche, y algarabía propias de este mundo terrenal en que
vivimos. La pregunta es, ¿qué celebramos, cual es el verdadero motivo?
Mensaje
profético para este tiempo
El mensaje
profético durante este tiempo que celebramos está relacionado con el nacimiento
de una nueva iglesia que Dios quiere formar en esta generación. Levántate, oh
amiga mía, hermosa mía, y ven. Esa amada es la Iglesia de Cristo. Dios nos
llama hoy a levantarnos con una visión diferente, bajo el estándar de los
primeros cristianos: el amor. Donde
quiera que ellos se movían su estandarte era amor. La unidad en un solo cuerpo
era su distintivo. Estando junto a Jesús, la gente decía: Míralos como se aman,
en referencia a sus discípulos. La nueva Iglesia que Dios quiere que nazca es
aquella en que, por igual, los hombres puedan decir: Míralos como se aman, sin
divisiones, sin celos, ni envidias, revanchas, pleitos ni contiendas. No una
Iglesia donde cada quien crea que tiene en sus manos un pequeño reino, o se
crea la única poseedora de la presencia de Dios, la única con revelación
posible, llena de orgullo y vanagloria. Nada nuevo hay bajo el sol. Dios busca
una iglesia que reconozca que todo conocimiento, sabiduría y revelación viene
de Dios, y es a Él a quien debemos dar gloria por siempre.
Levántate, oh
iglesia, hermosa mía, y ven. Levántate con una visión que no sea de números, de
tamaño de miembros, de almacenes de almas muertas. Levántate con una visión
diferente. El llamado es a vestirse de hermosura, por una vivencia autentica
del cristianismo. Con vivencia y no con palabras, con testimonio y no con
prédicas sonoras. Hoy hay muchos púlpitos llenos de palabra y no de testimonio
de vida. El internet está lleno de mensajes preciosos que no se viven. Se sube
a los púlpitos como si fueran presentaciones artísticas, donde domina la
apariencia, el maquillaje, el vestido, la iluminación y la escenografía. Se
exalta la figura, la persona del ministro, rindiendo culto a la personalidad, y
no predicamos a Cristo, y a éste crucificado. Se sustituye a Jesús por la
“honra” a la persona, y ni siquiera se quiere hablar de él, se oculta, no se
quiere mencionar su nombre, porque es tema “religioso”. No se quiere hablar de
la cruz, de cómo levantarse con esfuerzo y sacrificio, para cambiar su vida,
sino de temas de autoayuda, de cómo conquistar el mundo para sí mismo. No puede
ser que esto sea lo único de lo que se hable. El evangelio es poder de Dios
para salvación y su propósito es dar a conocer a Jesucristo. No es para que los
hombres aprendan como ser más ricos en la tierra, ni cómo desarrollar su
potencial al máximo para su propio provecho; es para nuestra salvación y no
para nuestra perdición. De nada vale conquistar el mundo entero si nos perdemos
a nosotros mismos. ¿De qué nos sirve conquistar naciones, predicar al mundo
entero, y llegar a los lugares más remotos, si al final, lo que hagamos, Dios
no lo reciba, y sean obras muertas?
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