Pastor John MacArthur |
Cuando
algunos fariseos pusieron a prueba a Jesús con respecto al más grande de los
mandamientos de Dios, Él contestó con una cita de Deuteronomio 6:5: “Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza.” “Este es el
primer y gran mandamiento,” Él les dijo. “Y el segundo es semejante: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:38-39).
¿Qué quiso decir Él cuando dijo que ambos
mandamientos son semejantes? Bueno, obviamente, ambos tratan acerca del amor.
El primero llama a un amor total por Dios un amor que consume cada facultad
humana. El segundo llama a un amor benévolo por nuestro prójimo un amor
humilde, sacrificial, de servicio. Jesús dijo que toda la ley y los profetas
dependen de esos dos mandamientos, por lo que toda la ley se resume en el
principio del amor. “El amor es el cumplimiento de la ley” (Romanos 13:10).
Ambos mandamientos lo enfatizan.
Pero existe
otro sentido en el cual el segundo gran mandamiento es tal como el primero.
Amar al prójimo es, simplemente, la natural y necesaria extensión del verdadero
amor total a Dios, ya que su prójimo está hecho a imagen y semejanza de Dios.
Hecho a la
imagen de Dios
La imagen de
Dios en cada persona es el fundamento moral y ético para cada mandamiento que
gobierna cómo deberíamos tratar a nuestros prójimos. Reiteradamente, la
Escritura deja esto en claro. ¿Por qué el asesinato se considera un pecado tan
atroz? Porque asesinar a un ser humano es la máxima profanación de la imagen de
Dios (Génesis 9:6).
En el Nuevo
Testamento, Santiago señala la imagen de Dios en hombres y mujeres como un
argumento para permitir que aún nuestro hablar esté matizado con gracia y
amabilidad. Es completamente irracional, él dice, bendecir a Dios mientras
maldecimos a personas que han sido creadas a la semejanza de Dios (Santiago
3:9-12).
Ese mismo
principio es un efectivo argumento contra cualquier falta de respeto o de falta
de amabilidad que una persona puede mostrar a otra. Por ejemplo, ignorar las
necesidades de la gente que sufre, es tratar la imagen de Dios en ellos con
rotundo desprecio. Proverbios 17:5 dice: “El que escarnece al pobre afrenta a
su Hacedor”. Descuidar las necesidades de una persona que está “hambrienta o
sedienta o un desconocido o desnudo o enfermo o en prisión” equivale a desdeñar
al Señor mismo. Eso es lo que exactamente dijo Jesús en Mateo 25:44-45: “De
cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños,
tampoco a Mí lo hicisteis.”
¿Prójimo?
¿Quién es?
¿Quién es
nuestro prójimo? Esa es la pregunta que un abogado le realizó a Jesús cuando Él
afirmó la prioridad del primer y segundo mandamiento (Lucas 10:29). Como
respuesta, Jesús contó la parábola del Buen Samaritano, señalando
conmovedoramente que cualquiera y todos los que se nos cruzan son nuestro
prójimo – y amarlos verdaderamente como a nosotros mismos significa tratar de
suplir cualquier necesidad que puedan tener.
Uno de los
principales puntos de Jesús en la parábola era este: no debemos amar a nuestros
hermanos y compañeros en la fe con exclusión de los desconocidos e incrédulos.
La imagen de Dios fue colocada en la humanidad en la creación, no la redención.
Aunque la imagen de Dios ha sido degradada seriamente por la caída de Adán, no
fue totalmente destruida. La semejanza divina sigue siendo parte de la
humanidad caída; de hecho, es esencial a la definición misma de la humanidad.
Por lo tanto, todo ser humano, ya sea esté abandonado en una alcantarilla o sea
un diácono en la iglesia, debería ser tratado con dignidad y amor compasivo,
por respeto a la imagen de Dios en él.
La imagen
restaurada
Por supuesto,
la restauración de la imagen de Dios en la humanidad caída es uno de los
máximos objetivos de la redención. El primordial propósito de Dios para cada
cristiano incluye perfecta semejanza a la imagen de Cristo (Romanos 8:29; 1
Juan 3:2). Eso consumará la restauración completa y la perfección total de la
imagen de Dios en todos los creyentes, ya que Cristo mismo es la suprema imagen
en carne y hueso de Dios (Colosenses 1:15).
Pero si usted
es un creyente, su conformación a la imagen de Cristo está siendo lograda
gradualmente, aún ahora, por el proceso de su santificación (2 Corintios 3:18).
Mientras tanto, Jesús enseñó que una de las mejores maneras de ser como Dios es
amando inclusive a sus enemigos. No sólo ellos llevan la imagen de Dios, pero
(más para el punto de Jesús) amarlos es la mejor manera para nosotros de ser
como Dios, ya que Dios mismo ama inclusive a aquellos que le odian.
Amar
inclusive a nuestros enemigos
Por supuesto,
la tradición rabínica prevaleciente en los días de Jesús alegaba que “los
enemigos” no eran en realidad “los prójimos”. En efecto, eso anulaba el segundo
gran mandamiento. Era como decir que usted realmente no tiene que amar a nadie
a quien odie. Todo tipo de falta de respeto y falta de amabilidad se tornaron
impermeables a la corrección de la ley.
Jesús
confrontó el error frontalmente:
Oísteis que
fue dicho: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. ”Pero Yo os digo, amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por
los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que
está en los cielos; ya que Él hace salir Su sol sobre malos y buenos, y que
hace llover sobre justos e injustos.”
Su enemigo
está hecho a la imagen de Dios; y por lo tanto merece su respeto y amabilidad.
Más importante, Jesús dijo, si quiere ser más como Dios si quiere que la imagen
de Dios brille más visiblemente en su vida y en su conducta aquí está la manera
de hacerlo: ame inclusive a sus enemigos.
Recuerde:
“Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios permanece en
él” (1 Juan 4:16). Dicho amor expresado aún hacia nuestros enemigos es la marca
de un verdadero cristiano, porque es la más vívida expresión de la imagen de
Dios en Su propia gente. “Como Él es, así somos también nosotros en este
mundo” (v. 17).
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