“¡Aleluya! ¡Alabad a Dios en su santuario! ¡Alabadle en
su poderoso firmamento! ¡Alabadle por sus proezas! ¡Alabadle por su inmensa
grandeza! ¡Alabadle con toque de corneta! ¡Alabadle con lira y arpa! ¡Alabadle con
panderos y danza! ¡Alabadle con instrumentos de cuerda y flauta! ¡Alabadle con
címbalos resonantes! ¡Alabadle con címbalos de júbilo! ¡Todo lo que respira
alabe a Jehovah! ¡Aleluya!”(Salmos 150:1-6)
El capítulo 150 del libro de Salmos es un mandato divino
que encierra el consejo más sabio que puede albergar libro alguno sobre la
tierra. La congregación que alaba a su Creador con toda su alma y todo su
corazón ocupa el papel del hijo obediente y zalamero que sabe endulzar a sus
padres para obtener de ellos todo lo que quiere, porque no hay padre que se
resista al endulzamiento proveniente de los labios de sus hijos obedientes. Lo
mismo ocurre con nuestro Padre Celestial, él percibe las intenciones puras de
los corazones que lo alaban llenos de amor y adoración, llenos de
agradecimiento y con el anhelo de servir y postrarse ante sus pies.
Es maravilloso como Dios se agrada y se mueve durante la
alabanza de su pueblo, porque su presencia se hace manifiesta, lo que descubrió
el Rey David, en sus años mozos, al abrir su corazón y mente a Dios, con
el que mantuvo una excelente comunión, siendo considerado por el mismo Creador
como conforme a su corazón. En la
Biblia, en el libro de los Salmos, vemos
la extraordinaria inspiración de David en sus cánticos, de tal manera que a
través de ellos el Espíritu Santo le reveló aspectos interesantes sobre la vida
y los sufrimientos de Cristo en la cruz del calvario.
David describió a
Jesucristo al decir: “Eres el más hermoso de los hijos de los hombres; la
gracia se derramó en tus labios; por tanto, Dios te ha bendecido para siempre”.
Ciñe tu espada sobre el muslo, oh valiente, con tu gloria y con tu majestad”
(Salmos 45:2-3). Al referirse a la gracia derramada por Dios, a favor del
hombre pecador, en el Salmo 22, David comienza clamando “Dios mío, Dios mío,
¿Por qué me has desamparado?” Lo que fue el mismo clamor que Jesucristo emitió
en el momento en que sintió el abandono del Padre, cuando estaba clavado en la
cruz del calvario, expiando con su sangre todos los pecados pasados, presentes
y futuros de la humanidad.
Algo interesante en la vida de David, el segundo rey
de Israel, era que reconocía la santidad
de Dios, y la importancia de la alabanza, cuando expresa en el Salmo 22:3 “Pero
tú eres santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel”. Durante su
reinado, David nunca perdió una batalla, porque su confianza estaba puesta en
Dios, por lo que manifestaba: “Ahora conozco que Jehová salva a su ungido; lo
oirá desde sus santos cielos con la potencia salvadora de su diestra.
Estos confían en carros, y aquellos en caballos; más
nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria”. Salmos
20:6-7. El deleite de David, quien
manejaba con gran habilidad el arpa, era alabar a Dios con mucho gozo y una de
sus más bellas inspiraciones es como aquel salmo que dice: “Aclamad a Dios con
alegría, toda la tierra. Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su
alabanza. Decid a Dios: ¡Cuán asombrosa son sus obras! Por la grandeza de su poder se someterán a
ti tus enemigos. Toda la tierra te adorará y cantará a ti; cantarán a tu
nombre”, Salmos 66:1-4. Cuanta
consolación, gozo, seguridad y amor nos
trae con el Salmo 23, que dice: “Jehová es mi pastor, nada me faltará.
En
lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me
pastoreará. Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su
nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque
tú estarás conmigo; tú vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa
delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi
copa está rebosando. Ciertamente el bien
y la misericordia me seguirán
todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días.
El sello celestial a tan sinceras alabanzas lo colocó el
Señor Jesucristo al referirse durante su ministerio a las palabras del rey
David, quien es dmirado, respetado y hasta venerado por los judíos, quienes sin
embargo ponían en tela de juicio al mismo Salvador del mundo, por lo que Jesús
les habló diciéndoles:” Habiéndose reunido los fariseos, Jesús les preguntó
diciendo: -¿Qué pensáis acerca del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: -De
David. El les dijo: -Entonces, ¿cómo es que David, mediante el Espíritu, le
llama Señor? Pues dice: Dijo el Señor a mi Señor: "Siéntate a mi diestra
hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies." Pues, si David le
llama Señor, ¿cómo es su hijo? Nadie le podía responder palabra, ni nadie se
atrevió desde aquel día a preguntarle más”(Mateo 22:41-46).
Estos cortos versos
encierran mucho más de lo que en unos breves párrafos puede ser explicado,
pero, lo que es más que evidente es que la misericordia de Dios brinda
oportunidad aún a aquellos que lo niegan y se oponen a su verdad para que lo
alaben, él mismo les da la respuesta a las preguntas que le formula, porque
David sabía en el espíritu que el Salvador del mundo llegaría y redimiría de
pecado a la humanidad y por esa razón lo adoraba y daba gracias a Dios. Ese fue
su gran legado, más que las batallas y riquezas que dejó al pueblo de Israel,
más que los pueblos conquistados y sometidos al dominio judío, fueron sus
alabanzas al Creador, su obediencia y entrega… fue su corazón puro que se
postraba agradecido ante la presencia del Padre Celestial.
Pero, sus propios
descendientes no podían ver más allá de sus narices, porque ponían el corazón
en las cosas materiales y dejaban a un lado lo verdaderamente importante, que
es alabar a Dios en espíritu y en verdad, como un verdadero adorador lo hace,
tal y como lo hacía el rey David. Aprendamos como David, a alabar y a confiar
en Dios en cualquiera de las circunstancias que se nos presente en la vida,
aunque según nuestra apreciación personal estas sean buenas o malas, porque
nuestro Señor mantendrá siempre el control y permitirá lo que mejor nos
convenga. Bendiciones.
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