Por Margarita Garcia
En la teología de la
vida podemos denotar innumerables figuras que retratan cuadros socios
espirituales de desarrollo y crecimiento, es por ello que en este tratado
hacemos reflexión de las plantas. Como todo en la vida, hay un proceso para su
evolución creado en la ciencia divina, para con ellos tener un universo en cada
una de sus distintas especies de generación en generación.
Las plantas nacen de
una insipiente semilla que se nutren de la composición mineral de los rayos del
sol, aire, agua y tierra para sustentar sus raíces de desacuerdo y crecimiento
hasta ver crecer un árbol completo de frutos alimenticios, que nutren la vida
del ser humano. Esta figura real nos presenta el retrato de la vida social
humana.
La ciencia divina
nos da a conocer la cimiente de la vida humana como, cuando, donde y quien la
sustenta nace de Dios en el huerto del Edén, la cimiente del hombre a imagen y
semejanza de Dios, alma cuerpo y espíritu, varón y hembra los creo.
El hombre y la mujer
son como una planta que necesitan el sustento de los derivados de los frutos,
las hortalizas, las viandas y demás especies de alimentos que nutren con
fortaleza de energía en sus diversas vitaminas para la salud y buen funcionamiento
anatómico del cuerpo humano, así mismo desde el vientre de la madre las
criaturas necesitan del afecto emocional para un buen y correcto funcionamiento
del desarrollo emocional con el amor de los padres.
De igual modo el
sustento de la vida espiritual que deriva de la comunión y relación con Dios
Padre hijo y Espíritu Santo, producen los santos frutos del Espíritu de la
imagen y semejanza divina en los frutos del Amor de nuestro Señor Jesucristo,
entre nosotros sus hijos, siervos y amigos, para que el estado de eternidad que
habita en nosotros produzca el universo de la gracia salvadora y redentora
extensión del Reino de Dios.
El Reino de Dios,
tiene estructurado las leyes espirituales que le dan vida a la creación de Dios
para que la misma produzca alabanzas en adoración a la naturaleza del Reino de
Dios en nuestras vidas.
El camino árbol de
la vida, obra la paz con las leñas del amor, en el cuadro de la sociedad actual
del mundo de hoy vemos producirse estados de deterioro en la desintegración
social, en la familia, Iglesia y Nación, por la desnutrición del amor de Dios,
del amor familiar, del amor entre los cónyuges, el amor Patrio social, falta de
justicia social, misericordia, compasión, humildad y hermandad.
El árbol de la vida
descrito en la palabra, Jesucristo, sigue teniendo frutos de poder, amor,
misericordia y eternidad alimentan nuestras almas para que lo corruptible sea
transformado en incorruptible transfigurado a imagen y semejanza de Dios.
El árbol de la
madera con que se hizo la cruz para el sacrificio de Cristo, por nosotros en la
cruz del calvario, nos enseña que Cristo se hizo leña por amor en el sacrificio
por la paz de Dios. Así mismo si amamos a Dios debemos y tenemos la
encomiable misión de ofrendar nuestras vidas en sacrificio de amor por los
demás, si decimos o si creemos que amamos a Dios sin los frutos del Amor hacia
nuestros semejantes nos hacemos enemigos de Dios, nos hacemos caminos
extraviados, nos hacemos luz de sombra, de muerte, nos hacemos malditos, porque
él que no ama a su hermano es homicida con la espada de la lengua, con actitud
de altivez, en que creen que somos mayores y mejores que los demás, en la
hipocresía, en la mentira, en el chantaje, en el esclavismo de los talentos,
vestidos con el engaño del servicio y con maligna estrategia de disciplina, que
castigan con violencia el espíritu de los demás. La Biblia dice que nos
restauremos con espíritu de mansedumbre en amor.
En el altar de
nuestros corazones debemos y tenemos que buscar las leñas del amor para
sacrificar la cabra del egocentrismo del ovejas, del buey y del macho cabrio,
de modo que el universo de las alabanzas suban a la presencia del señor como
perfume en olor fragante y con el culto de la ofrenda, la oración y las
alabanzas santas agradecemos al Señor Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de
Señores, en santa comunión.
Reflexión.
Génesis 1:10.
“1 En el principio
creó Dios los cielos y la tierra. 2 Y la tierra estaba desordenada y vacía, y
las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía
sobre la faz de las aguas. 3 Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. 4 Y vio
Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. 5 Y llamó
Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un
día. 6 Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las
aguas de las aguas. 7 E hizo Dios la expansión, y separó las aguas que estaban
debajo de la expansión, de las aguas que estaban sobre la expansión. Y fue así.
8 Y llamó Dios a la expansión Cielos. Y fue la tarde y la mañana el día
segundo. 9 Dijo también Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos
en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue así. 10 Y llamó Dios a lo seco Tierra,
y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era bueno”.
Es necesario volver
al estado de la concesión dada por el creador desde el principio, -en ese
tiempo el hombre y la mujer estaban desnudos, pero ninguno de los dos sentía
vergüenza-. Génesis 2:25. “Y estaban ambos desnudos, Adán y
su mujer, y no se avergonzaban.”
Pero es bueno que se
entienda que no estamos poniendo este verso en sentido literal, sino tratando
de insertar una perspectiva de pureza, armonía, integridad, pudor, entre otras
cosas, para ejercitarnos como servidores del reino de Dios y su justicia bajo
el manto de la Gracia ,
en esa Santidad reinante en la que el Padre Celestial era el todo en el hombre
y en todo género de vida, donde había una completa ausencia de la arrogancia y
la hipocresía.
La vida cristiana
hoy más que nunca necesita salir al balcón del edificio espiritual en el que el
Señor le ha colocado por testimonio y propósito, y desde ese mirador volver a
contemplar la hermosura de la
Santidad de Adonai, y levantarle una serenata perpetua de
alabanza y adoración. Amén.
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