Ing. Juan Betances
Todo ser humano es
nacido de la unión de varón y hembra. Dios creó al hombre y le hizo ayuda
idónea, la mujer, para que no estuviera solo. Y formó la mujer de la costilla que tomó del hombre.
Dice la Biblia:” Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se
unirá a su mujer, y se harán una sola carne.” (Gn. 1:24) El orden divino es que
el hombre, dejando padre y madre, se una en el amor a la mujer y se hagan un
solo ser.
El amor del Padre
El principio de la
paternidad fue establecido por Dios desde la fundación del mundo. El hombre
participa de la función creadora y multiplicadora de Dios, al unirse hombre y
mujer, y procrear, mediante la unidad en el amor.
La primera persona
que dio a conocer a Dios como Padre fue Jesús de Nazaret. Antes que él, nadie
había hecho y dicho las cosas que él dijo y realizó.
En una ocasión en
que sus padres iban a Jerusalén en la fiesta de la pascua, se quedó el niño
Jesús en Jerusalén mientras sus padres regresaban. Lc. 1:45-49 dice:” Y al no
hallarle, regresaron a Jerusalén en busca suya. Y aconteció que al cabo de tres
días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, no solo
escuchándoles, sino también haciéndoles preguntas; y todos los que estaban
oyendo, quedaban atónitos ante su inteligencia y sus respuestas. Cuando le
vieron, se sorprendieron, y le dijo su madre: Hijo, ¿Por qué nos has hecho
esto? He aquí que tu padre y yo te buscábamos angustiados. Él les dijo: ¿Cómo
es que me buscaban? ¿No saben que yo debo estar en los asuntos de mi Padre?”.
Dios Padre envió a
su Hijo unigénito al mundo para que el mundo no perezca, sino que sea salvo por
su mediación. (Cf. Jn. 3:16) Jesús es la revelación del amor del Padre
manifiesto a los hombres.
Dice la Biblia en
Lc. 3:21-22:” Aconteció que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús
fue bautizado, y mientras oraba, se abrió el cielo, y descendió sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como
una paloma, y salió del cielo una voz que decía: Tu eres mi Hijo amado, en ti
he puesto mi complacencia”. Jesús es el Hijo amado del Padre. Toda la gracia,
el poder, la autoridad, la unción y la gloria misma de Dios estaban sobre él.
El amor del Padre hacia nosotros descansó por completo, de manera total en
Jesús.
El testimonio del
Padre (II)
Jesús enseñó a sus
discípulos a orar diciendo:” Padre nuestro, que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre”. (Mt. 6:9) Hemos sido creados por un solo Padre, que
es Padre de todos, para alabanza de la gloria de su nombre. Adoramos a un Dios
puro, santo, merecedor de honra, gloria y honor. Y continuó Jesús enseñando:”
Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así también en la tierra como en el cielo”.
(10) El reino de Dios viene a la tierra cuando el hombre recibe a Jesús en su
corazón, porque un nuevo tabernáculo, un nuevo lugar se abre, ahora en el
corazón del hombre, para adorar a Dios, para amarlo con todo su ser, por medio
del testimonio de su Hijo, su Espíritu Santo, que es el amor de Dios derramado
y que viene a poner habitación dentro de nosotros, para hacer en la tierra la
voluntad del Padre que está en los cielos.
La obediencia a Dios es la clave para que su gloria se manifieste en la tierra. La obediencia abre los cielos a la gracia, al favor de Dios. Jesús nos dio el ejemplo, al hacer siempre la voluntad del Padre, lo que le agradaba.
I Juan 2:15 dice:” No amen el mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. Jesús dijo:” El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de lo que rebosa el corazón, habla la boca”. (Lc. 6:45) El corazón de Dios destila amor, abundancia, provisión sin límites, poder, misericordia, gracia y favor. El Altísimo es bondadoso para con los ingratos y malvados. (Cf. Lc. 6:35)
Jesús dijo:” Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, y yo les hare descansar. Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mi, que soy manso y humilde de corazón”. (Lc. 11:28-29) Hoy es el día del perdón, el día del regreso a la casa del Padre. Dios te llama a la puerta y te invita a entrar, para que cenes con él. Te está llamando para celebrar contigo la gran fiesta de reconciliación con sus hijos. Es el día de decirle a nuestro Padre, como el hijo pródigo: “Yo no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como a uno de tus jornaleros”. (Mt. 15:19) Como el padre por excelencia, te dirá:” (…) hagamos fiesta; porque este mi hijo estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y ha sido hallado”. (15:24)
La obediencia a Dios es la clave para que su gloria se manifieste en la tierra. La obediencia abre los cielos a la gracia, al favor de Dios. Jesús nos dio el ejemplo, al hacer siempre la voluntad del Padre, lo que le agradaba.
“El pan nuestro de
cada día, dánoslo hoy”. (11) Dios es el alimento de nuestras vidas, es nuestro
sustentador. Un verdadero Padre es sostenedor de su familia, es proveedor.
Jesús es el pan vivo bajado del Cielo. Quien come de su pan, no morirá para
siempre. Dios anda buscando personas que dependan de Él, que busquen el pan de
cada día confiando en que todo bien nos viene del cielo, proviene de Dios. Cuán
grande es su amor! Cuando más lo necesitamos, nos muestra su misericordia;
cuando menos lo esperamos, está Él presente mostrándonos su amor, en cada
detalle; como perfume agradable a nuestro ser, NOS UNGE CON ACEITE FRESCO y
aumenta nuestras fuerzas como las del búfalo. (Cf. Salm. 92:10)
“Y perdónanos
nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. (12) Dios
nos perdona en la medida en que perdonamos.
Si no perdonamos de corazón, no nos perdona. La labor nuestra es
perdonar a los que nos ofenden, “hasta setenta veces siete” dijo Jesús; es
decir, siempre y a la perfección, como lo hace Él. El perdón de Dios es
incondicional. Cuando renegamos de Él, desobedecemos y nos alejamos, siempre
está esperando por nosotros, con lazos de amor. Un corazón contrito y
humillado, Él no lo desprecia. La labor nuestra es arrepentirnos y cambiar de
actitud, convertirnos cada día en lo interior de nuestro ser. Cuando Felipe le
dijo a Jesús “muéstranos al Padre y nos basta” (Jn. 14: 8-13), le dijo:” ¿Tanto
tiempo hace que estoy con ustedes, y no me has conocido Felipe? El que me ha
visto a mí, ha visto al Padre. (…) ¿No crees que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mi? (…) Créanme que yo estoy en el Padre y el Padre en mi; si no,
créanme por las mismas obras. De cierto, de cierto les digo: El que cree en mi,
las obras que yo hago, también él las hará; y aun mayores que éstas (…) Y
cualquier cosa que pidan al Padre en mi nombre, la haré”.
Jesús dijo que no
daba testimonio de sí mismo, sino del Padre que le había enviado:” las obras
que yo hago en el nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mi. (…) Yo y el
Padre somos la misma cosa”. (Jn. 10: 25 y 30) Los judíos le decían:” No te
queremos apedrear por ninguna obra buena, sino por la blasfemia; porque tú
siendo hombre, te haces Dios a ti mismo”. (33) Antes de su muerte, Jesús oró
por sus discípulos diciendo:”(…) Padre santo, a los que me has dado, guárdalos
en tu nombre, para que sean uno como nosotros”. (Jn. 17:11) Ahí está el
testimonio del Padre: El Padre está en Jesús y Jesús en el Padre, pues ambos
son el mismo, un solo ser. La unidad del Padre y el Hijo dan testimonio del
amor de Dios a los hombres.
El corazón del Padre
(III)
Jesús no se aferró a
su condición divina, sino que se hizo uno igual a nosotros, menos en el pecado.
Nos amó hasta el extremo, dando su vida en la cruz. Se humilló a sí mismo,
tomando forma de siervo, y se entregó hasta la muerte, la peor de todas, para
darnos vida en él. *(Cf. Fil 2)
La esencia de Dios
es amor. Él es amor, y todo el que ama es nacido de Dios. Quien no ama, no
pertenece a Dios. Porque nos ama, Dios es justo y misericordioso, “lento a la
ira y rico en piedad” dice el salmista.
Nuestro Padre tiene
corazón paternal, es el padre por excelencia. Nunca nos deja solos, nunca nos
abandona. Su Espíritu está junto a todo el que le busca, responde fielmente a
todo el que le invoca. Camina a nuestro lado. Él dijo:” Pues si ustedes siendo
malos, saben dar buenas dádivas a sus hijos, cuanto más su Padre que está en
los cielos dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan”. (Lc. 11:13)
Nuestro Padre es el mismo ayer, hoy y siempre. Nunca falla. Es Dios fiel,
cumplidor de promesas.
Abrahán fue Padre de
multitudes porque obedeció hasta exponerse al sacrificio de su hijo Isaac. Dios
no permitió la muerte de su hijo Isaac, pero probó su fe en el monte, para
convertirse en su Padre, proveedor de todas las cosas. Isaac fue sumiso a su
Padre y recibió el premio a su actitud de parte de Dios, al conservarle la
vida, sustituyéndolo por un cordero.
Jesús es el nuevo
Cordero de Dios puro y sin mancha que quitó el pecado del mundo. El Padre envió
su Hijo Jesús al mundo, para realizar la expiación y redención del mundo, para
borrar el pecado en la cruz y anular el acta que nos separaba de Dios, siendo
nosotros ahora justificados por su gracia. Como buen Padre, se preocupó por la
situación de sus hijos perdidos. Aunque padre y madre te dejaren, nunca te
dejará.I Juan 2:15 dice:” No amen el mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. Jesús dijo:” El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de lo que rebosa el corazón, habla la boca”. (Lc. 6:45) El corazón de Dios destila amor, abundancia, provisión sin límites, poder, misericordia, gracia y favor. El Altísimo es bondadoso para con los ingratos y malvados. (Cf. Lc. 6:35)
Jesús dijo:” Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, y yo les hare descansar. Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mi, que soy manso y humilde de corazón”. (Lc. 11:28-29) Hoy es el día del perdón, el día del regreso a la casa del Padre. Dios te llama a la puerta y te invita a entrar, para que cenes con él. Te está llamando para celebrar contigo la gran fiesta de reconciliación con sus hijos. Es el día de decirle a nuestro Padre, como el hijo pródigo: “Yo no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como a uno de tus jornaleros”. (Mt. 15:19) Como el padre por excelencia, te dirá:” (…) hagamos fiesta; porque este mi hijo estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y ha sido hallado”. (15:24)
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