Dr. Néstor Sabiñón
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Este 2013 conmemora el
bicentenario del nacimiento de Juan Pablo Duarte, razón por la cual se crea una
Comisión Organizadora de los fastos de esta fecha, compuesta por los más
preclaros e insignes representantes de organizaciones patrióticas y del alto clero
católico.
No entraré en las
conmemoraciones porque desconozco el programa, por lo que mal haría opinando
sobre algo de lo que no tengo la más mínima idea, aunque se han anunciado
múltiples actividades en suelo patrio y en la diáspora. Otra razón me asiste,
es la moral, ya que dudo si estos homenajes puedan servir como compensación a
esa tan curiosa amnesia moral e histórica del dominicano y del
latinoamericano.
Pregúntense, primero que todo,
cuántos dominicanos conocen a cabalidad a Duarte. Un porcentaje ínfimo, y si
nos enfocamos en la juventud, este porciento se deprime y desploma aún más, lo
cual es descorazonador.
Entre los que conocen o dicen
conocer la vida y obra de Duarte, indaguen si este país cumple con lo soñado y
proyectado por el patricio. La realidad, estamos a años luz de lo que él deseó
para nosotros.
Continúen el ejercicio
intelectual e investiguen cuántos conocen alguna frase dicha por él, y la
realidad es ostensiblemente desoladora. Desconocemos, ignoramos y marginamos al
ideólogo de nuestra independencia.
Como si fuera poco, para
aumentar el contraste con el boato que tendrán las celebraciones oficiales,
todo el Sector de Santa Bárbara, que era una tacita de cristal, está convertida
en un estercolero, ya que han hecho unas reparaciones y nunca las terminaron
debidamente, por lo que todo el barrio donde el Padre de la Patria se cría y
fue bautizado está en unas condiciones lastimeras.
No estoy en contra de estas
conmemoraciones. Al contrario, creo que sumarán algo positivo, que es el hecho
de sacar a Duarte del olvido, y hacerlo humano y querible ante la población, ya
que muchos lo ven como un ser lejano e inaccesible, cuando fue todo lo
contrario. Un ser preñado de defectos que se sacrificó por una idea (nuestra
independencia), y por la cual se privó de todo.
Su historia se resume en tenacidad, en fe y en
el poder del sueño convertido en realidad palpable. Aún muriendo de
tuberculosis en Venezuela, nunca se olvidó de su patria, a pesar de que sólo
después de muerto reconocimos sus méritos y gracias a uno de sus biógrafos y
defensores más eficientes, el licenciado Juan Daniel Balcácer, obtuvo la
posición merecida en el olimpo de los héroes nacionales.
Deseo, y esto de corazón, que el
año 2013 sea el año que el inconsciente colectivo finalmente conozca a Duarte y
lo haga suyo, permeándose de sus sueños e ideales, adaptándolos a las
realidades del siglo XXI. Sólo así construiremos ese país deseado por todos con
igualdad y justicia, o al menos, trillaremos el camino con lo que Dios y los hombres
nos han legado, para que esas nuevas generaciones, imbuidas en el mensaje y
acción duartianas revolucionen nuestra sociedad.
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