Pastor Luis Reyes |
En Jesús todo inicia con el
Padre; cuando en su adolescencia le dice a María de Nazaret y a José: “no
sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar” (Lc. 2:49),
desde aquí en adelante alegó él “es necesario”, estar en los negocios de mi Padre.
Esta expresión muestra que Jesús tenía conciencia de su relación especial con
el Padre, así como de su misión.
Los negocios del Padre son sus
propósitos y asuntos, sus intereses. (Lc. 2:49). No es una simple decisión
personal o de una reflexión. El hijo de Dios habla de un deber, no es que él
quiera o no hacerlo, es algo que acepta, pero que va mucho mas allá de su
voluntad personal, es el cumplimiento de una orden que le sustenta y sostiene,
porque la voluntad del Padre es su vida, toda su existencia misma.
La vida de Jesús es un continuo
ir al Padre, ya al final de su misión en la cruz gime exclamando: Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu (Lc. 23:46). Son las últimas palabras de quien, al
hacer un balance de su vida, sabe que todo se ha consumado (Jn. 19:30). Tal y
como le fue encargado por el Padre el gran planeador de la historia de la
salvación. Jesús entrega el espíritu al Padre, al Padre sobre todo Padre, ante
todo Padre, en quien tenemos seguridad absoluta al entregar el espíritu, por
eso Jesús muere tranquilo, sabe dónde pone su cabeza, a quien le entrega su
espíritu.
La gran revelación espiritual que
Jesús vino a traer a este mundo es a Dios como Padre, una paternidad que nos
enriquece, que nos libera, que nos protege y ampara, nos da refugio y
esperanza, provisión y sentido de respaldo y eternidad.
Jesús sabía que entregar el
espíritu al Padre no es entrar en la noche ni un salto al vacío. Es seguridad,
certeza y firmeza de que el Padre acoge el espíritu de los que les aman y
obedecen en este mundo, y Jesús es ese gran ejemplo. El Padre en el inicio, el
Padre en el devenir, el Padre en el final de esta vida, el Padre en toda la
eternidad. no poco Padre, no a veces Padre, no como un Padre, no es que se
dedica a ser padre, es solo Padre, sobre todo y ante todo Padre,
fundamentalmente Padre.
DE PADRE A HIJO EN EL JORDÁN
Que Dios se presentase como Padre
no era novedad en Israel, el pueblo judío había tenido durante siglos el
conocimiento y la experiencia de este amor paternal (Sal 9:9-10; Sal. 68:5 y
Jer. 3:4), que en la forma aramea en el Nuevo Testamento es “Abba”, que significa Papito, Padre, usada
por Jesús en un sentido más íntimo en su relación con el Padre, como ningún ser
humano la ha tenido con Dios.
Hijo de Dios: en la ley de
Moisés todo Israel era considerado hijo del altísimo (Ex. 4:22 y Os. 2:1), y
esa misma dignidad fue reconocido a los reyes y ungidos como representantes del
pueblo ante Dios. Pero poco a poco esa realeza fue pasando al Mesías, que pasa
a ser el único digno de ser llamado hijo de Dios. En el Salmo 2:7, el Mesías es
llamado “Mi Hijo” mediante decreto del Dios de Abraham como signo de su
predilección y misión. Al ser bautizado por Juan en el río Jordán, el Espíritu
Santo descendió sobre Jesús en forma de paloma. El descendimiento del Espíritu
Santo sobre el Señor es la investidura de la unción real en el hijo de Dios. La
voz del Padre desde los cielos dijo: “Este es mi hijo amado en quien tengo
complacencia” (Mt. 3:13-17). Es una manifestación magistral de la paternidad de
Dios, que le da profundidad, ternura y belleza como nunca antes. El término
“hijo amado” hijo de Dios, tiene un alcance distinto al trato de Dios con sus
servidores en la historia de la salvación.
Entre Jesús y el Padre existe un
amor, una complacencia, una comunión y compenetración que es vida compartida.
Esta intimidad constituye la más sublime revelación que Jesús hace de Dios,
presentándolo a los hombres como Padre. A lo largo de su vida irá descorriendo
este velo de la sublime paternidad de Dios.
LA UNIDAD DE JESÚS CON EL PADRE
EN LA ORACIÓN IRRADIA SU PROFUNDÍSIMA ESPIRITUALIDAD
Oró y se abrió el cielo (Lc.
3:21); Oró al elegir a los 12 (Lc. 6:12); Alzó los ojos a lo alto antes de
sanar al sordomudo (Mc. 7:34); Antes de resucitar a Lázaro (Jn. 11:41); Antes
de multiplicar los panes (Mt. 14:19). No se alegra de sus éxitos, sino que la
voluntad del Padre se haya cumplido. Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra (Mt. 11:25); Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a
los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños (Mt. 11:25); Padre, te
doy gracias por haberme escuchado (Jn. 11:41); Padre, no como yo quiero, sino
como tú quieras (Mt. 26:39).
Toda su vida está llena de
pequeñas oraciones de una conexión directa con el Padre y conforme a su
voluntad. Estas son algunas particularidades de estas oraciones: a) Son oraciones en soledad sagrada: pide a
sus discípulos que oren a su Padre en secreto (Mt. 6:6). Él oró solo en el
monte (Mt. 14:23, Mc. 6:46 y Jn. 6:15). Además en su oración privada siempre se
alejó de sus discípulos (Lc. 22:41). El Padre era su mundo, su realidad y su
existencia, por lo cual dijo “yo no estoy solo (Jn. 8:16), porque mi Padre está
conmigo (Jn. 16:32). Yo y el Padre uno somos (Jn. 10:30), yo sé que siempre me
escuchas (Jn. 11:42). En la oración pontificial dice: Padre, llegó la hora de
glorificar a tu Hijo (Jn. 17:1). Que sean uno, como tú Padre estás en mí y yo en Ti (Jn. 17:20).
Padre quiero que aquellos que tú me has dado, permanezcan siempre conmigo (Jn.
17:24),.
Jesús, tuvo una conciencia
perfecta de la unidad de obediencia y de amor al Padre. En la oración modelo
enseña a sus discípulos a orar diciendo: Padre nuestro que estas en los cielos
(Mt. 6:9). Es padre de todos, no padre de individualismo; ningún hombre, ni
grupos religiosos, credos, cultos, doctrinas, se puede adueñar de su paternidad.
Jesús enseñó que Dios es Padre aún de los hombres más viles y malvados. Está en
los cielos pero lo llena todo, conoce con detalle nuestras circunstancias y
situaciones. Está profundamente interesado en nuestras necesidades, para
responder con salvación, sanidades, milagros, prodigios, maravillas,
prosperidad, realizaciones y cumplimiento de sueños, metas, planes y propósitos
espirituales, personales, familiares, profesionales y de emprendurísmo
LA IGLESIA TRIUNFANTE
El apóstol Juan dice: a los
suyos vino, a los suyos no le recibieron
más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios. Los cuales no son engendrados de sangre,
ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (Jn. 1:11-13).
Al recibir a Cristo los creyentes mediante la fe en su nombre hemos recibido
poder para ser hechos hijos de Dios, mediante el nuevo nacimiento que no
acontece por descendencia física esfuerzo o voluntad humana, sino a través del
poder de Dios. Es gracia infinita en Cristo Jesús , con la cultivación de la
espiritualidad verdadera, tenemos una relación con Dios a través de Cristo. La
intimidad con el Padre está a nuestro alcance.
El apóstol del amor reitera:
mirad cual amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios;
por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos
hijos de Dios, aún no se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que
cuando él se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él
es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así
como él es puro. (1Jn. 3:1-3).
El amor que el Padre ha
demostrado al hombre, específicamente a los que creen, al ser llamados hijos de
Dios. Es amor ágape, término griego que alude al amor puro, transparente y
fiel. Una clase de amor demostrado con la acción al enviar a su hijo eterno, para
morir en una cruz humillante por todos nuestros pecados; resucitar para nuestro
triunfo, ascender a los cielos y sentarse a la diestra de Dios en justicia para
nuestra paz. Prometer que regresará por nosotros para llevarnos a las mansiones
del Padre para esperanza. Viviremos por la eternidad en la casa de nuestro
Padre con el cuerpo de gloria a semejanza del cuerpo resucitado del Señor
Jesucristo el vencedor.
En tanto, en este mundo tenemos
su protección, su cuidado y su provisión. Dios ha sido Padre amoroso y fiel
para los que tenemos una relación diaria con él. Nos ha consolado, animado y
alentado. Su pastorado maestro le ha dado sentido y significado a nuestras
vidas. A él sea la gloria.
Pablo dice a los romanos: habéis
recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El
Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
(Ro. 8:15-16).
A los corintios dice: gracia y
paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo (1Co. 1:3). Y
reitera a los efesios: bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en
Cristo. Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de él. (Ef. 1:3-4).
Gracias sean dadas al Padre del
Señor Jesucristo, y Padre nuestro, por su don inefable, a él sea la gloria, el
honor, la honra y el imperio por los siglos de los siglos. Amen.
UN MUNDO HUÉRFANO POR VOLUNTAD
PROPIA
El apóstol Juan dice: no améis
al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor
del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la
carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la
voluntad de Dios permanece para siempre. (1Jn. 2:15-16).
El amor al sistema de cosas que
satanás ha establecido en el mundo deja al hombre vacío del amor del Padre,
porque ambos amores no pueden estar unidos. Se ama al mundo con la satisfacción
de las pasiones temporales y la vanagloria de la vida, ó se ama al Padre
celestial, que quien obedece su voluntad pertenece para siempre.
Tiene un vacío existencial,
quien vive lejos del amor del Padre, sin paz, sin destino, sin su aliento, sin
su cuidado, sin provisión eterna. Con falta de significado en la vida, con
desesperanza, ansiedades, desasosiego, abandono y desamparo, así vive nuestro
mundo. Un mundo huérfano porque no quiere la paternidad amorosa y comprensiva
de Dios. Prefiere hacer su propia voluntad y vivir en vaguedades, sin visión de
destino, en orfandad espiritual.
REFLEXIÓN FINAL
Jesús, le puso rostro, voz y
carne al Padre, cuando lo reveló a los hombres como Dios cercano, tierno y
comprensivo. Durante su vida fue corriendo el velo que le manifiesta como
padre, cuya voluntad fue su existencia misma. Él es el hombre de la intimidad
absoluta con el Padre, es el Hijo eterno. El estereotipo de la espiritualidad
absoluta que enseñó a sus discípulos esa vida y comunión con el Padre, la
rendición incondicional a su voluntad. Los cristianos de esta generación
estamos desafiados a seguir el ejemplo del Señor, cultivando vida y comunión
con el Padre en obediencia pronta y voluntaria en Cristo Jesús.
Aquellos que viven en orfandad
espiritual por su propia decisión; les animo a tener una relación íntima con el
Padre a través de Cristo. Dios no está airado contigo, solo desea que abras tu
corazón para encontrarse contigo en Cristo y así establecer una relación diaria
de amor. Gracia,
misericordia y paz.
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