Juan 12:12-26. ¿Qué será de nuestra pobre
nación? Matemos a Lázaro de una vez (10). Algunos de estos pensamientos anidan
a veces también en nuestros corazones.
La oposición está decidida a linchar a Jesús.
Es un hombre peligroso. “Todo el mundo se va tras él” (19).
Debemos eliminar a aquellos que nos estorban,
pensamos. Meditemos hoy, sin embargo, en algo más positivo; en las respuestas
que podemos dar a Jesús.
Demos una bienvenida al Señor (13). Los
judíos, como se sabe, celebraban tres grandes fiestas: la pascua, el
Pentecostés, y la fiesta de los tabernáculos.
La pascua era la de mayor resonancia porque
conmemoraban la independencia de la esclavitud egipcia.
Así que en Jerusalén, la capital religiosa del
mundo de aquel entonces, una multitud da una bienvenida a Jesús como de
conquistador.
Ellos tenían razón, Jesús era el Mesías, el
libertador, el ungido del Señor.
La actitud de Jesús, al ir montado en un asno,
no sobre un caballo, era una actitud de paz, no de guerra.
El vino a traer paz y a ser la paz. Busquemos
al Señor (20-26).
El mayor deseo de San Agustín, su mayor
esperanza, fue conocer a Dios en profundidad y ardor, así como él lo conocía.
Los griegos quieren ver a Jesús, y querer ver
a Jesús, hoy puede significar querer conocerle en su intimidad.
¿Con qué objeto? No por curiosidad, ni por
turismo, como los griegos, sino por amor y con el propósito de que su palabra
dinámica modele nuestras actitudes.
Para pensar. Hoy hay tanta necesidad en
nuestras vidas de buscar y encontrar al Señor, decimos.
¿Qué estamos haciendo para que Dios se nos
revele en toda su hermosura y plenitud?
Oración. Apaga, Señor, nuestra sed,
aliméntanos, compréndenos. Quisiéramos vivir contigo, pero nuestras fuerzas se
han debilitado tanto que ya ni siquiera podemos clamar.
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